Qué nervios
Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro que menos mal que la velocidad era mínima. La «L», sujeta con dos ventosas en el cristal trasero, me avergonzaba tanto que conducía encogido. Las bocinas de los otros coches me hacían saber que mi «rapidez» de crucero les molestaba profundamente. Sus insultos no me dolían...