Niñez eterna
«Lástima que no haya billetes para maniquíes», pensé, pues llevaba el de modista a mi madre. El sol del crepúsculo coloreaba de púrpura el cielo, distrayéndome del volante. Conducía por la comarcal a casa de mis padres. Al coger una curva cerrada, el sol poniente incidió en mis pupilas, cegándome. Oí un rugido de frenos...