¡Qué ocho semanas!
Su barba y su melena expuestas al viento flameaban sobre la moto. Es que ya no tenía coche: lo había destrozado contra el muro ese nefasto día 22 que ya era tan historia como la gatita que lo abandonó para vivir otras vidas. Recordando el sueño en que compraba billetes para maniquíes (que luego acomodaba...