El Sea View era un submarino nuclear que me mostraba todas las tardes cuando yo llegaba del cole, las aventuras bajo la superficie marina, sin importar con quien era la querella, lo fascinante era que un grupo de soldados al mando del almirante Nelson se mantenían aislados bajo las aguas. Así bien, que mi familiaridad con dicho espacio reducido estaba presente desde esos tiempos. Pasaron los años y esos cofres para vivir se hacían imperturbables por el tiempo. No importaba que pasaba afuera mientras estuviésemos apartados de los giros de la luna sobre nosotros o de nosotros alrededor del sol, en fin, era lo mismo.

Pasaron unos años y pude visitar el pequeño espacio donde Ana Frank se ocultó del terror y conocí de primera mano los espacios donde Colón, Magallanes y muchos otros sin claustrofobia se aventuraron al futuro. Siempre me recordaba del Sea View. De esta manera, historias, cuentos y leyendas de los aislamientos se juntaron para mostrarme su presencia. Inclusive aislamientos de la vida en cuentos como la de Rip Van Winkle, que, durmiendo en pleno campo, se aisló de su mundo por no sé cuántos años hasta que Kustúrica nos hipnotizó con un aislamiento dejando una guerra y encontrándonos con otra.

Nuestro tiempo nos aisló de la familia, amigos y cosas buenas, centrándonos en el trabajo detrás de una pequeña pantalla. Nos limitó de tal manera la vida, que planificábamos las vacaciones con precisión de cirujanos, y digo planificábamos porque nunca nos imaginamos que un día debíamos dormir bajo el mismo árbol de Rip, perdiéndonos todo de todos y de manera indefinida. Pero en algún momento, estoy seguro, subiremos el periscopio para emerger del fondo hacia una nueva forma de vivir, una manera de aislarnos, pero al revés, quedarnos conviviendo con lo que debíamos y olvidamos. Esperemos que no sea tarde y nuestra salud nos acompañe.

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