Me levanto. Es 20 de marzo de 2020, sexto día de cuarentena. Cojo el móvil y ya son las once de la mañana, después de estos horarios no va a haber quien se acostumbre a la rutina. Ojala mi primer mensaje fuera otro pero son montones de notificaciones del correo, del Classroom, y del grupo de clase. «que está pasando aquí» pienso, pero la duda no dura mucho: millones de trabajos, presentaciones y videoconferencias por hacer. Que pereza. 

Bajo al comedor y me encuentro a mi madre, a mi padre y a mi hermano limpiando. Que bien, sabía que este momento llegaría, pero no antes del décimo día, una crisis de limpieza. Antes de decir buenos días ya me dan una escoba y me asignan toda la planta inferior. Me quejaría; pero es o eso o hacer trabajos. Pongo la tele para dar ambiente pero todo son noticias de muerte, contagios, crisis, así que la apago y me pongo música motivadora 

 Después de comer me subo a mi cuarto a hacer deberes pero no duro ni cinco minutos, así que opto por descubrir algún talento. La música no es, no he sabido ni hacer sonar el clarinete, la pintura tampoco porque acabo de tirar el agua para limpiar el pincel por el lienzo, así que opto por irme a la cocina a hacer unos crepes

A las siete es hora de videollamadas, a los abuelos de la montaña, que no saben usar el «cacharro»(móvil) los primeros. Nos cuentan que muy bien todo y que no salen ni al huerto. Luego llamamos a los del pueblo de al lado, que están igual que nosotros. Después van los primos, todos niños pequeños que ya se suben por las paredes, y a mis tíos detrás arrancándose los pelos y si da tiempo hago videollamada con los amigos

A las ocho que no falte el aplauso, cuando acabamos me pongo a hacer algún  tutorial de Youtube de como ponerse en forma en 20 días pero los dejo a medias porque no veo el cambio al minuto.

Y así todos los días, pero es necesario, por nuestro bien

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