Ese día Juan se levantó con una tos extremadamente seca, y no paraba de toser, también tenía mucha fiebre, se asomó por la ventana y estornudó con fuerza, los inquilinos del edificio le caían mal porque hacían mucho ruido, y por una serie de conflictos, así que cuando estornudaba procuraba hacerlo de manera que se oyera por toda la cuadra, el estornudo fue acompañado de un fuerte grito que iniciaba con un ¡AAAA! y terminaba con un ¡Chuuusssssss! Después de estornudar, lanzó un escupitajo seco, blanco, desde su ventana de la habitación del sexto piso, el escupitajo pegó en el vidrio de un bus que iba pasando, una de las partículas del virus al estornudar desplazada por el viento alcanzó a viajar cuatrocientos metros y cayó justo en la boca de un anciano que estaba en un parque mirando una hermosa mujer que iba pasando, la miró con morbo y abrió su boca y se mordió los labios y se pasó la lengua por los labios y paso saliva. El conductor del bus al ver el escupitajo sacó una bayetilla y limpió y luego se untó al guardarla, alcanzó a tocarlo con los dedos, con los mismos que empezó a entregar el cambio, infectando a varios pasajeros que se subieron al bus ese día, al día siguiente el conductor del bus en todo el día estuvo estornudando infectando más pasajeros. Jorge fue uno de los primeros en contagiarse porque recibió una moneda con partículas del virus, luego compró con ese dinero una arepa con queso, que la llevó a la casa y la dividió en tres, con las manos, para su hija de dos años, su esposa y para él. Comenzó a circular la noticia que un virus covid-19 había llegado al país. El estornudo y posterior escupitajo de Juan dejó más muertos que la bomba de Hiroshima. Cuando inició la cuarentena la esposa de Juan tuvo que ponerse guantes, tapabocas, gafas, y una bolsa en la cabeza, y sacó a la calle el cuerpo de su marido y lo dejo sentado al frente como un muñeco de año viejo.

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