CARTA DEL ABUELO

CARTA DEL ABUELO

PEPA H

01/04/2020

Querido hijo:

En estos días de encierro, te escribo para que no te sientas mal, por no haber venido a verme durante tanto tiempo.

Me gustó recibir tu llamada, eso me indica que te acuerdas de mi, en estos tiempos del virus, que en la tele llaman pandemia. Comprendo que los chicos no quieran venir por aquí, el pueblo es aburrido y tú mujer no conoce a nadie. También comprendo que eso de no tener un teléfono de los que se ven fotos, hace que no pueda saber lo altos que están los niños y como estáis vosotros, pero yo soy muy torpe y estoy muy mayor para aprender esas cosas tan nuevas.

Cuando hablamos el otro día, todavía no tenía claro como iba a adquirir aprovisionamiento durante la cuarentena, pero hoy me han llamado del ayuntamiento y me han dicho que les dejé un papel pinchado en la puerta con lo que necesite y todos los días se pasarán a recoger mis encargos; cuando me los traigan me dejarán la bolsa y el tique y yo le dejaré el dinero con el siguiente encargo. El farmacéutico también me acercará las medicinas que vaya necesitando. Me supongo que todo esto me lo habrás gestionado tú, desde allí. Yo sé lo comenté y ellos sonrieron, me supongo que ya le habrías dicho que no me dijeran nada.

Lo peor va a ser no poder echar las partidas de domino con los amigos, pero si no se puede, pues habrá que conformarse, yo me distraigo con la tele, también pongo la radio por las mañanas mientras aseo un poco la casa. Por las tardes me subo a la azotea porque desde allí divisó el campo y disfruto de las vistas tomando el sol. La primavera ya puja por asomar en la dehesa, se empiezan a ver los verdes salpicados de margaritas, el forraje empieza a crecer muy rápido, pronto aparecerán el rojo de las amapolas y las lilas de lavanda, ya se han ido cayendo las flores de los cerezos de la huerta. Las tardes empiezan a ser largas, yo me quedo hasta que veo a los pastores recoger al ganado y llega el crepúsculo cerrando el día, luego me bajo y veo el telediario.

Nunca he sido capaz de saber expresar mis sentimientos, tampoco te he escrito largas cartas, pero hoy me siento con ganas de decirte cosas que nunca te dije. Cuando tú naciste me sentí el hombre más dichoso de la tierra, fui yo quien te enseñó a dar tus primeros pasos y a decir tus primeras palabras; con cada logro me emocionaba de tal forma que los ojos se me anegaban en lágrimas de felicidad. De noche si te oía llorar me levantaba corriendo para ahuyentar tus miedos. Al pasar por esas enfermedades propias de la infancia, me quedaba noches enteras bajándote la fiebre y velando tus sueños, me encantaba contemplar tu cara, para mi que eras el niño más bonito del mundo.

Cuando te fuiste haciendo mayor y dabas muestra de una gran inteligencia, tú madre y yo nos sacrificábamos, prescindiendo de cualquier tipo de lujos, para que pudieras estudiar en los mejores sitios y no te faltara de nada. Pasados los años cuando tú madre enfermó yo te informaba a medias o no te decía nada para evitarte sufrimientos hasta que ya estuvo en las últimas y no me quedó más remedio que llamarte.

En una ocasión me dijo tu madre que no te gustaba tenernos contigo en la capital porque te avergonzabas de nosotros, se nos veía muy de pueblo, paletos o aldeanos, pero yo no la creí, eso eran figuraciones suyas. Estoy seguro de que te encantaba tenernos contigo, aunque comprendo las prisas por prepararnos la vuelta ya que la habitación os hacía falta para otros menesteres. También comprendo que tu mujer no pudiera atendernos como a ti te hubiera gustado, pero una mujer que trabaja fuera de casa no tiene tiempo de hacer cumplimientos. Además que si no quería que os acompañáramos en algunas salidas, era de lo más natural y puede que a ella si le avergonzara llevarnos, pues una mujer de su clase y categoría no tiene porque quedar en ridiculo con gente tan poco culta como nosotros.

Cuando alguien me pregunta por ti, se me alegra el alma de poder contar tus éxitos. A todos digo lo mucho que te preocupas porque esté bien, sobre todo ahora que este virus hace estragos con las personas mayores.

Si me enfermara, no os preocupéis, de cualquier forma si muriera como no puede haber entierros con funeral, no tendréis muchos problemas. Además que ya lo he dejado todo arreglado.

Sobreviviré, me siento seguro, la soledad me habla. La luz del sol que entra por la ventana calienta mis viejos huesos y me trae recuerdos de otros tiempos. No obstante, debo confesarte que una gran tristeza me invade, quizás por no tener con quien compartir estas paredes que me aprietan y me ahogan con su encierro.

Tengo una pequeña fortuna en el banco, que he ido ahorrando para ti, a base de privaciones y sacrificios. Espero que esto os haga feliz y sepáis disfrutarlo.

Si recibís esta carta es que habré muerto.

Un abrazo de tu padre y abuelo que tanto os quiso.

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