Estaba tendida en la cama, el frío había cesado y los vidrios rebotaban amarillo por toda la ciudad, un pequeño rayo se hacía paso por entre la rejilla. Me pongo de pie y mi hija pregunta:

– ¿cuántos van mamá?. ¿Cuántos infectados van?.

Por un momento había olvidado que llevábamos ya ocho días confinadas en nuestro apartamento, el virus había llegado hasta nuestro extremo del globo terracleo, ahora nuestras vidas también estaban alteradas; parecía tan ajeno pero la realidad fue tiñendo de soledad lentamente las calles. Tan acostumbrados estábamos a colapsar en medio de el ruido, la gente moviéndose de lado a lado, los teléfonos de las oficinas sonando, los pitos de los carros y las aceras llenas que ahora hacerlo en medio de ésta invisible batalla se nos hace extraño. Un freno en seco nos dejó perplejos y un silencio aturdidor se fue sintiéndo lentamente por el mundo.

– Si llegarás a morir , siempre llevaré una foto tuya para recordarte. Irrumpe ella con tan solo casi ocho años.

En este lado del mundo apenas se avecinaba como una gran ola que veíamos a lo lejos, el televisor dejaba contemplar lo que traía a su paso, titulares con centenares de muertos a diario y hospitales rebazando su capacidad en donde ya había golpeado; pero uno siempre es en parte ajeno a lo que no ha vivido en carne propia y sólo en libros de historia habíamos visto cadáveres apilados de viejas guerras. Nisiquiera la propia guerra que ha azotado nuestro país nos permite dimensionar tantos cuerpos… pues acá yacen en el anonimato, sin cifras y sepultados.

El número ha ido aumentando, ya tenemos los primeros decesos, la ciudad ha recobrado un poco de ruido entre balcones y esperamos lo peor.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS