¡Maldito, maldito…!

¡Maldito, maldito…!

Simón Peña

29/03/2020

La mañana era fría y húmeda, había llovido por la noche y se anunciaba alguna nevada por los alrededores. Los últimos estertores del invierno en esta madrugada de infinito vacío.

Éramos tres, mi hermano, mi cuñada y yo. Nadie hablaba. Nadie lloraba, no nos quedaban lágrimas, solo los ojos enrojecidos miraban a través del vaho pegado a los párpados.

El féretro entraba ya en la boca del adiós sin apenas haber podido despedirnos. Allí va. Tal vez a reunirse con su marido, al menos en esa intangible memoria cósmica. Nos lo dijeron pero no recuerdo cuándo podíamos recoger las cenizas.

Ese maldito virus. Esa maldita huída de fondos hacia oscuros destinos. Esa maldita improvisación. Ese maldito mal hacer de los que deberían haber sabido hacer, se llevaba a mi madre en una mañana fría y húmeda. El tiempo anunciaba alguna nevada por los alrededores.

Un motorista de la policía municipal acompañó a mi hermano y su esposa hasta casa. Otro me acompañó a la mía. Tan solo una mirada de despedida. Las paredes de la casa parecían más juntas, más sólidas, más rabiosas. El ahogo. Nunca había sentido tanta soledad. Nunca marzo había sido tan duro. ¡Y todavía quedaba abril!

No recuerdo cómo pasó el día, solo que habían comenzado los aplausos a los que me uní al son del Resistiré, erguido frente a todo…Y la emoción empañó mi mirada. Y el efecto endureció mis manos.

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