Cuando me enteré por televisión de un extraño virus en China, hace unos meses, creí estar viendo una película de ciencia ficción. La gente en la calle con mascarillas, evitando contactos. Cada vez más contagiados, e incluso muertos. Después llegó el confinamiento. La gente encerrada en sus casas, aislada del mundo, de las vidas ajenas, e incluso de la suya propia. Ese enemigo silencioso se impregnaba en sus cuerpos como algo invisible. Los infectados iban en aumento, y los muertos. Sentía pena, rabia, dolor e impotencia. Pero lo veía tan lejano. Después llegó a otros países y tuve una corazonada.

Ahora ha llegado a España. Cada día que amanece creo estar viviendo una historia de terror. Me asomo a la ventana, veo una ciudad fantasma. Bares y tiendas con la reja echada. El silencio sepulcral se ve interrumpido por algún coche que pasa de vez en cuando. El corazón de la ciudad se ralentiza, vivimos a cámara lenta. Las calles sin transeúntes proyectan un aspecto frío, ¿La vida continúa o es todo un mal sueño?

Echo de menos un café matinal con una tostada en el bar del barrio, el abrazo a mi padre, que ya cumplió noventa y dos, en la visita semanal a la residencia. Echo de menos el bullicio de los niños en el parque, los atascos en hora punta. Las prisas y aglomeraciones en las rebajas, desordenando prendas y pasando al probador. Añoro una película en el cine y una hamburguesa con ketchup y mostaza, en el burguer rebosante de gente.

Añoro un guiño de la vida, una charla con mis amigas, con un beso de despedida.

¿Adónde fueron los besos y abrazos, los paseos por el parque, las risas contagiosas, las veladas en los bares?

Atrás quedó todo eso que nos pareció siempre tan normal, tan real…como la vida misma.

Ahora valoramos la vida de otra manera. Nos amamos en silencio, reprimimos abrazos, besos…mantenemos la distancia.

¿Despertaremos mañana y nos dirán que todo habrá acabado?

Ya es tarde, me voy a dormir. No soñaré nada especial, solamente… con mi vida de antes.

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