En el reducido espacio de cuatro metros cuadrados, donde fue confinado por la cuarentena, Gregorio sintió al levantarse el crujir de huesos. Atisbó por el ojo de la cerradura, único contacto con el mundo exterior. Un haz de luz penetró por el antiguo cerrojo y le anunció la llegada del nuevo día. Caviló sobre la fragilidad de la vida y su infortunio. Un presagio de catástrofe venidera le invadió. Pegó su rostro enjuto a la enorme puerta de hierro y su ojo izquierdo al pequeño orificio, observó la camarilla fantasmal de jinetes ataviados con ropajes de caza, acompañados de corceles negros y perros rastreadores, en una desenfrenada persecución a los infectados por el virus.

La cacería se prolongaba a través de los cielos, a lo largo de la tierra y por encima de ella. Los cazadores, espíritus errantes, almas perdidas, liderados por la perversa figura de Odín sentado a horcajadas sobre su caballo de ocho patas, al que fustigaba sin cesar.

La tierra entera se silenció. Todos se refugiaron atemorizados en la soledad de sus casas. Sólo los ladridos de los grandes y horrorosos perros negros, los truenos y algunos gemidos, eran escuchados.

La horda de infectados, sorprendidos por la tétrica jauría, tenían dos opciones: arrojarse al suelo y sentir cómo las gélidas patas de los animales les pisaban las espaldas, o dejarse llevar por la cuadrilla de caza, corriendo el riesgo de ser asignados en tenebrosas celdas, lejos de su casa.

Morir durante la furiosa embestida de tan terrorífica caravana, los condenaba a integrarse a ella.

Gregorio, tapándose los ojos, intentó evadir la visión. Rememoró relatos de su niñez cuando le contaron de espíritus de personas que eran sacados de sus cuerpos durante el sueño, para participar en la cabalgata y unirse a ella para toda la eternidad.

Meneó su cabeza intentando sacudirse de una absurda pesadilla. Abrió los ojos. El sonido seco de la pesada puerta al abrirse, dejó entrever la alargada sombra de una figura cadavérica, que con paso lento, se acercaba a él y le tendía su huesuda mano, exhortándole a cumplir su sentencia.

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