Armero, un pueblo fantasma.

Armero, un pueblo fantasma.

Colombia es un país donde lo increible se vuelve realidad y la realidad es increible, por eso es conocida cómo la región de «el realismo mágico».

No es extraño qué se conozcan historias extraordinaria, llenas de fantasías que hablan de fantasmas que moran en los pueblos abandonados, cómo si estuviesen vivos.

En muchos lugares de la tierra, existen vestigios de ciudades desaparecidas o abandonadas debido a factores naturales, o la violencia Política.

En todas las despoblaciones del mundo, hay situaciones en común qué las identifica, tales cómo: Están desoladas, los fantasmas se mueven cómo si estuviesen vivos, y los vivos que imperceptiblemente la asedian, habitan cómo fantasmas. No obstante, el turista las busca y están incluidas en los paquetes turísticos.

Armero, ubicado en el departamento del tolima Colombiano, está asentado en las estribaciones del imponenente Nevado del Ruiz.

Un día, el 13 de noviembre de 1985, amaneció sin previo aviso, bajo una impresionante y mortífera capa de escombros ocasionado por la erupción del nevado. En esos nefastos instantes, pereció el 96% de sus habitantes. Sus calles están vacías, silenciosas, frías, llenas de tristeza y dolor. Su entorno fantasmal parece albergar el sufrimiento de sus habitantes qué yacen bajo el lodo inmisericorde que sepultó sus cuerpos, dejandolos mal orientados dentro de unas tumbas sin nombres, que nunca encontrarán.

En el silencio sacro de la ciudad despoblada, se escucha al viento aullar, y se siente el frío que abraza hasta erizar la piel del desprevenido visitante, cómo si fuese la gélida mano de la muerte rozandolos con malicia.

Armero en la decada de los ochenta, era una ciudad prospera, poblada de gente buena y emprendedora, llena de alegría y con grandes posibilidades de ensanchar su economía. Pero ese día aciago y mortal, el volcán erupcionó y dejó la ciudad bajo el lodo y la ardiente lava, sepultando en vida a mas de veintitres mil personas, que soñaban con un hermoso despertar.

En la región sólo salieron ilesos de puro milagro, unas seis mil personas, qué llenas de dolor y llorando a sus muertos, abandonaron la zona, llevando consigo el peso de sus desgracias.

En ese éxodo de dolor, tristeza, desesperanza y con la angustia de no saber que hacer, ni para donde ir, se fueron sin poder dar cristiana sepultura a sus muertos, con su dolor a cuestas, y sin lágrimas, de tanto llorar a quiénes sólo vivirían en sus recuerdos.

Treinta y tres años después, todavía sigue vivo en la memoria de todo el país , el horror del desastre más grande y que haya cobrado más víctimas fatales en el territorio patrio. Nunca olvidaremos a Omaira, la niña de doce años que durante sesenta horas, enterrada en el lodo hasta el cuello, luchó por sobrevivir, hasta que sus fuerzas la abandonaron, y lentamente murió… Siendo bautizada como el rostro de la tragedia de Armero.

Armero lo perdió todo, a sus habitantes, su orgullo y hasta su nombre, porque hoy la llaman » la ciudad camposanto».

( imágenes Revista Semana).

Fin.

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