Evelyn accedió finalmente a mis súplicas para salir un viernes por la noche. En el trabajo nadie se había dado cuenta que tras esas gafas de sabelotodo y aquel anticuado peinado, Evelyn escondía un descifrable atractivo.

Boicoteándome a mí mismo, la he traído al Pub «La Noche de Barranco», epicentro de la bohemia limeña, donde rara vez termino ecuánime, pero ya a mis 30 años debo probarme a mí mismo que aquel malandrín y pendenciero va quedando en el recuerdo, absorbido por una nueva personalidad madura y resoluta.

Mi cita no empezó bien, durante la caminata al pub tuve la intención de comentarle que a mi entender los lentes y aquella trenza tan recogida enrarecían su exuberante belleza, pero confieso que por algunos desaciertos en mi limitada oratoria terminé expresándole algo así como que sin un peinado adecuado y una idónea exposición de su mirada, era lo más parecida a un sapo. Es aquí en donde necesito un par de cervezas para serenarme y manejar con mayor destreza mis expresiones, pero no se preocupen, el pendenciero borrachín quedó atrás como ya les indiqué.

Pasaré a detallarles mi conexión espiritual con la música. Las vibraciones de mi espíritu parecieran interactuar con el oleaje de sonidos que propone una melodía determinada; me envalentona, me incomoda, me exaspera… según el género. Al ingresar al boulevard de Barranco fuimos rodeados por el grunge de «Nirvana» que explotaba desde los balcones de madera de la conocida discoteca «Bierhaus», la letra y el ánimo de Kurt Cobain interpretando «Smells like teen spirit» me poseyó y mi temperamento se recompuso con una fórmula influenciada por rebeldía y determinación.


Había pedido la primera jarra de cerveza y advertí con gusto que Evelyn tomaba a la par que yo. Entre generosos sorbos del divino fermento, la chica iba hilando los contenidos de una amena conversación. Mientras buscaba una excusa para posponer mi prueba de madurez, la sorpresiva muchacha se encargó de solicitar una segunda jarra, así que finalmente la intoxicación se terminó de acomodar con la batuta musical. Desde que entramos al pub, el rock ablusado de Los Doors me propuso su atmósfera sombría y su poesía… fue momento de darle a conocer a Evelyn mis conocimientos en torno a la literatura de Oscar Wilde y mi militancia en una oscura comunidad lovecraftiana. Jim Morrison gritaba que quería fornicar con su madre en la lírica de «The End» mientras que yo pedía extasiado y jubiloso una tercera jarra de cerveza.


Mis bizarros monólogos iban encontrando la debida recepción en la bellísima Evelyn  -a mí también me encanta la literatura, ¡me fascina Alfredo Bryce Echenique!- me gritó al oído, dejándome saborear su aliento a lúpulo y mentol ¡qué mujer!

De pronto, la trova de Joaquín Sabina sonó en los parlantes de «La Noche» y trajo a mi memoria una experiencia que tuve hace ya muchos años:

-¿Sabes Eve? (ya le había creado un diminutivo a mi chica)- le dije mientras humedecía mis labios con la punta de la lengua, como lo hacen los grandes oradores antes de emitir un trascendental enunciado- Hace unos años, yo estuve sentado en este mismo lugar y dos mesas más allá estaban sentados tomando whisky Joaquín Sabina y Bryce Echenique.

¡No te lo creo! -gritaba una Evelyn emocionadísima, aunque frunció el ceño al notar que la tercera jarra estaba casi vacía -¡pide la cuarta para que me lo cuentes con lujo de detalles!

-Tenían razón… mis amantes… en eso de que antes, el malo era yo…

-…con una excepción...- gritó ella a todo pulmón (algunos parroquianos voltearon curiosos, y quizá perturbados).

Esta vez… yo quería quererla querer… ¡y ella no! (esta última estrofa, a dúo).


Caminé hasta la barra mientras seguía cantando 19 Días y 500 Noches, pero al ver el mostrador colmado aproveché en ir al baño a prepararle cabida a la cuarta jarra de cerveza, mientras aguardaba en la cola del urinario escuché mi nombre, una, dos y tres veces, era mi antiguo compañero del Instituto, Celedonio Torres, estaba con dos compañeros acabándose una botella de Jack Daniels… ¡qué demonios! la cola no avanzaba y necesitaba recordar bien el episodio de Sabina y Echenique, me senté con ellos y finalizamos juntos la botella además de otra que nos pedimos. En ningún momento me sentí apremiado por la imagen de Evelyn esperando sola por otra cerveza, era una justa expectativa la que manejaba ahora la situación, así somos los grandes conquistadores, arrogantes y caprichosos, seguramente Evelyn saltará a mis brazos cuando regrese con mi anécdota y la jarra. El whiskey estadounidense se combinó en mi mente con los Rolling Stones y para mi mala suerte, sonó el tema que más me aturde… «Sympathy for the Devil», inmediatamente me alejé de mis compinches y sobre mis pasos danzantes, articulados por un estado hipnótico, regresé a mi mesa erguido sobre mi nube alcohólica; en mi mente, mis disertaciones eran vertidas con la soltura del más diestro charlatán, pero iba notando unas expresiones desconcertadas hacia mi persona, eran indudablemente rostros extraños que con cierto espanto me solicitaban mi inmediato alejamiento.


-¡Esta es mi mesa!- grité a los intrusos -¡¿Dónde está la cara de sapo?! Sabina y Echenique estuvieron sentados allá y yo los vi, se retiraron pasadas las 6am con vasos de vodka y whisky, cigarro en mano, si no se lo cuento bien la cara de sapo no me va a creer -seguía vociferando mientras que cuatro mastodontes me llevaban cargado hacia la salida del local.

Una vez solo, sentado en el suelo con la espalda apoyada en un muro lleno de grafittis, recordaba mi salida triunfal de la Noche de Barranco, atravesando el umbral cual «stage diving» gritando aún las estrofas de los Stones… ¡¡¡»What´s my name… tell me baby… what´s my name…»!!!

Mi mente se apaga, se oscurece, me gana el sueño… he vuelto a fallar. Empiezo a soñar que sigo en la cola del baño, aún puedo recomponer la noche, Evelyn aguarda por la cuarta jarra, hay mucha cola y no aguanto más… es momento de relajar el esfínter… qué alivio… qué aliiiv …zzzzzzzzzz


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