Adolescencia truncada

Adolescencia truncada

Maori Vican

05/05/2022

Se despertó temprano. Estaba adolorida desde el pelo hasta los dedos de sus pies. El colchón de la cama era el enemigo de su cuerpo. Él dormía a su lado en un sueño profundo. En cada resoplido de su respiración, salía olor a tufo de vino barato y de mezcolanza de otros tragos. Lo miró con rabia y tristeza a la vez. El amor que sentía por él estaba poco a poco difuminándose en su corazón. Se levantó despacio para no despertarlo. No quería oír su voz ni que le hablara pidiéndole perdón y prometiéndole que nunca más bebería. Un nunca más que jamás llegaba. Siempre era lo mismo, cada viernes llegaba un poco más tarde de lo habitual y bebido. No le hacía escándalos porque cuando entraba a la casa, muy meloso, la abraza y besaba su pelo. ¡Es una canita al aire, amor!, se justificaba él. Estaba hasta la coronilla de eso. Odiaba el olor a vino porque le recordaba a su padre, un borracho empedernido que dio mala vida a su madre y a ella, como única hija.

Cogió la desteñida bata de levantarse y calzó las gastadas zapatillas de descanso. En puntillas llegó hasta la puerta del dormitorio la que abrió suavemente para no hacer ruido. Salió de la habitación y cerró con cuidado. Caminó por el pasillo colocándose la bata y se dirigió a la habitación de sus hijas. Las niñas dormían en sus camas ajenas a todo lo que ocurría entre sus padres. ¡Cuánto las amaba! Dejando semi abierta la puerta de la pieza de sus pequeñas se dirigió al baño. Entró y encendió la luz. El espejo del baño reflejó la imagen de una mujer cansada y ojerosa. Se veía vieja para sus veintidós años. ¿Cómo pudo avejentarse tanto? –se preguntó. Es la vida que tengo, se respondió. No es lo que soñaba cuando jovencita, se dijo con lástima mientras dos lágrimas se deslizaban por sus pálidas mejillas. En silencio observó a la mujer que le mostraba el espejo. ¡No soy yo!, se dijo tratando de convencerse.

Su mente retrocedió cuando tenía dieciséis años, joven, alegre y bonita. Todo cambió cuando quedó embarazada de su novio dos años mayor que ella. Había cumplido recién los diecisiete cuando nació Jazmín. Con Juan Carlos decidieron casarse ¡Nos casamos muy jóvenes! Bien me decía mi madre que no me casara, que nos faltaba madurez y que no estábamos preparados para el matrimonio. ¡Cuánta razón tenías, mamita! Exclamó en un sollozo. Si pudiera retroceder el tiempo, volvería a los diecisiete, tendría a Jazmín y no me habría casado. Otra sería mi vida y quizás también la de él. Ambos hubiésemos estudiado una carrera. Yo podría haber sido médica y Juan Carlos, abogado, que eran nuestros sueños. A lo mejor no estaríamos juntos, cada uno viviendo su propia vida…… Sintió un campanazo en su interior, ¿Y Azucena, tu hijita menor?, le gritó una voz. ¡Oh, no. Mi bebita hermosa! Jazmín y Azucena son el jardín de flores de mi alma y la frescura de mis pensamientos, le dijo a la imagen del espejo al tiempo que evocaba en su mente el rostro de sus pequeñas. Sus ojos claros se elevaron hacia el cielo, ¡Dame fortaleza por mis hijas, Dios mío!, rezó. Luego se lavó la cara, respiró profundo, apagó la luz y salió del baño regresando al dormitorio matrimonial. Era sábado y muy temprano para levantarse. Se acostó al lado de su esposo e instintivamente acarició los brazos que le rodeaban y siguió durmiendo.

Con su marido, habían formado una familia con dos niñas a la que ambos amaban y por ellas seguirían juntos hasta que el destino dispusiera otra cosa.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS