Por vez primera me siento en mi silla, estoy en una terapia de grupo. Es un lunes no cualquiera, comienza a hablar.

—Buenos días, permítanme que me presente. Mi nombre es May, seré a partir de este instante; vuestra/tro compañera/ro, amiga/go (si lo prefieren), y, ante todo, vuestra/tro psicoterapeuta. Me podéis llamar por mi nombre, o si lo prefieren por mi profesión, resumiéndolo en la unidad lingüística o en el término de doctora/or. Estando en esta pequeña sala, donde, si no observo mal, somos unas cinco personas (incluyéndome yo), empezaréis a presentaros por orden alfabético en vuestros nombres cada uno de vosotros/as, y, personalmente, haré una reducida sinopsis a vuestros problemas. Comenzará usted o (tú) Alicia.

A primera vista, Alicia, me parecía una mujer sensual, tímida e inquieta. Empezaba a hablar.

—Hola—. Pasaban unos largos segundos.

—Tranquila Alicia—. Le contestaba May.

—Soy Alicia, perdonarme, estoy un poco nerviosa. Empezaré a contar mi caso. Tengo veintiocho años de edad, estoy divorciada dentro de la legalidad exigida, madre de dos niños, y tengo un grave problema de adicción a la red social denominadora «WhatsApp». A causa de prestarle más atención a esta aplicación de chat, qué, a mi ex-marido y mis hijos, lo he perdido todo. Propiedades, mi matrimonio, y, la custodia de mis dos pequeños.

Con una pena angustiosa, y secándose las lágrimas con un pañuelo de papel enteramente engurruñado, se sentaba en su silla.

—Gracias, Alicia. Bebe un poco de agua, si le apetece—. Comentaba May, seguiría hablando.—El error gravemente ocurrido con Alicia, es en parte, por no haber sabido o aprendido, de una manera autodidacta su manejo. Este tipo de aplicación, solamente debe utilizarse como utensilio profesional. Le pondré un ejemplo Alicia: Si en su teoría (especulativa), el señor «WhatsApp», es el nombre de una aplicación que permite enviar y recibir mensajes instantáneos a través de un teléfono móvil o (celular), y, el servicio no sólo tiene la posibilidad de: el intercambio de textos, sino también de audios, videos, fotografías, inclusos vídeos llamadas… ¿Por qué creer en él, en casos tan importante como la privacidad de una vida humana? A tu ex-marido no le gustaría que le hablara o le escribiera, quizá, tampoco que le mandaras fotos… Por nombrada vía. Aún menos, las de tus pequeños críos. ¿Qué podrían pensar tus hijos con un uso de razón, viéndose en algún sitio sin esperarlo, en alguna imagen suya diez años atrás (cómo un ejemplo)? Meramente el señor «WhatsApp», se debe utilizar (el que quiera tenerla) como útil para trabajar. Ejemplos: mensajes cortos para no molestar en cierto momento, fotos para un adelanto de una resolución… Cualquier otra cosa, está entregando su vida privada—. Todo lo anotaba en la libreta con un lápiz a mano Alicia.

Le tocaba a otra mujer; era baja, regordeta y poco aseada. No podría describir más. Bueno sí, bastante parlante.

—Hola, buenos días, mi nombre es Belén, y tengo cuarenta y ocho años de edad, vengo de una zona cercana, soy baja, gorda, me aseo lo justo, soy licenciada de Publicidad y Relaciones Públicas, pero no ejerzo en ello por la malformación estética de mi físico. Estoy aquí, aunque no soy consciente de mi grave enfermedad diagnosticada por varios especialistas, de la severa adicción (entre múltiples, otras más que tengo), a la red social más grande del mundo llamada «Facebook». Cuento toda mi vida en ella, desde que me quedé embarazada en Cuba por un machote de raza mulata, hasta cuando entro en el baño a evacuar mis esfínteres. Espere, no me interrumpa, que ya término—. Quería preguntar algo May. —Si… lo que usted me va a preguntar doctora/or es: ¿Ha colgado alguna vez usted alguna foto, sin el consentimiento previo de la persona o las personas, que salían con usted? Pues mi contestación es clara y concisa, SÍ. Todo: El noviazgo, el matrimonio, la ecografía del embarazo, el nacimiento del bebé, la muerte de mis padres, y, la de mis suegros, de fiestas con mis amigos, todo el crecimiento hasta su adolescencia de mi hija (comunión incluida), algunos vídeos con mis ronquidos… Y, a de más estoy en doscientos grupos, inclusive eróticos, ¡me encantan! Y tengo aproximadamente cerca de dos millones de amigos…—.

—Ya. Vale, se puede usted sentar, por favor—. Hablaba May, y continuaba.—En este gravísimo caso, por las complejidades de Belén, debería de borrar, anular, de una manera inmediata, toda la información empleada, y ejecutada con el señor «Facebook». Ahora hablo para todos; sólo es una red social el señor «Facebook» (el que quiera tenerla), para enterarse de noticias instantáneas en la mayorías por desgracias en el mundo; y tal vez, sí, se ve interesante, como termino gratuito publicitario. Acabo, si me lo permiten, leyendo una reducida poesía de un humilde escritor, «qué siempre le gusta estar aprendiendo». Así es, como le agrada cuando le definen al hablar de él. Os leo los versos:

FACEBOOK

Es curioso…

Hace tiempo que no le ojeo,

O quizá no le observo.

Es curioso…

En cualquier momento se le escucha,

@ Ustedes, por diversos motivos.

Es curioso…

Siempre está; no importa el dónde.

Asumo su inteligencia,

Y en algún momento admiración.

Es curioso…

¿Pero a dónde le lleva su poder?

¿Qué capacidad humana puede abarcar ese control?

Es curioso…

Conteste; me encantaría.

Cuándo quiera, cuándo pueda.

No entraré en detalle.

Es curioso…

El señor «Facebook» nunca le contestó, probablemente por el retraimiento y la cortedad—.

Le tocaba el turno a un hombre, el aspecto es delgado, serio y desaliñado.

—Hola, mi nombre es Fernando, aunque todo el mundo me llama Nando. Tengo de edad… Cincuenta y dos años (si no recuerdo mal). Mi llegada hasta aquí, es por la adicción a mi horrible trabajo, y, el arrepentimiento a ello, cual me ha hecho millonario; pero muy infeliz conmigo mismo. Me dedico sin control, a la creación de: Gifs, memes, iconos o signos de nueva coexistencia… Todos, o la gran mayorías, clasificados en la falta de respeto al ser humano, la poca creatividad a la enseñanza educativa, la incitación a la violencia, y, a lo no justo—. Se sentaba cabizbajo en su silla.

—Fernando, aquí lo más importante, es que usted done gran parte de su dinero a una educación, limpia y sana. No se puede sentir culpable de haber ganado dinero, sino de la forma que lo ha conseguido. La Industria Digitalizadora se lo ha permitido, y le ha pagado. Haremos una pausa de cinco minutos.

De esta manera se despedía May. Sus pasos eran raros, parecían mecanizados, y la vestimenta era de tipo marcial. Le tocaba el turno al más joven. Tenía un tic imparable en el rostro.

—Hola a todos, mi nombre es Mario, acabo de cumplir dieciocho años, estoy aquí, porque en la escuela no me enseñaron a escribir con lápiz y papel, ni a sumar, ni a restar, ni a multiplicar, ni a dividir, (sólo muchas hojas de cálculos…). Toda mi generación, la que llaman… «La de un futuro próximo»; nos eliminaron a aprender en un papel, en un libro… Todo se hacía, desde, la corta edad de cinco años, a través de mecanismos digitales. Tengo severos problemas de adicción por robar cualquier tipo de aparato electrónico que tengan una pantalla, con un teclado, al instante que no lo tengo en mis manos. Y, es más, lo qué sé, todo ha sido aprendido por esta vía digital. Tengo también problemas en la vista, graves dolores de cabeza a causa de las radiaciones, y, soy incapaz de escribir un texto con más de cien palabras seguidas, sólo he aprendido hasta el momento, en un estilo coloquial y términos en abreviatura con frases cortas. Quiero terminar, si me lo permitís, diciéndoles a los adultos (me lo digo a mi mismo que empiezo a serlo también), qué ni por asomo, os podéis imaginar las de cosas tan terribles, que puede instruirse un niño en su corta edad. Aquí no hay control. Yo, las he aprendido. Y por eso estoy aquí… Para adquirir el conocimiento de una educación digitalizada—.

Así se marchaba el pobre adolecente hacia su sitio, con el tic más pronunciado aún, y una pena perdida en el consuelo.

Intentaba comunicarse May, no se le escuchaba nada. De repente, empezaba hacer aspavientos y movimientos muy abultados en sus extremidades. La cabeza se le alzaba en la semejanza al cuello de una jirafa en el momento que va a comer hojas en la copa de un árbol. Empezaba a salir humo por todas parte del cuerpo de ese robot, el olor era fuerte, se derretía en llamas como una figura de cera. Los asistentes salían despavoridos y pegando gritos sin control.

Llegaba la calma, seguía sentado en mi silla, y como siempre, yo que era el último, no puedo hablar, sería interesante mi diálogo:

—Hola, mi nombre es Zacarías, no sé la edad que tengo, pero por mi aspecto lo podréis deducir. Vengo a esta terapia en concreto, por primera vez, soy escribano, mi adicción es la de escribir. Y los motivos de mis problemas… Querría a ustedes, hacerles la siguiente pregunta: ¿Por qué aún sigo en el limbo?

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