Las linternas de los cuatro guardias civiles iluminaban en todas las direcciones la playa del Cañuelo, cerca de Tarifa. Uno de ellos dirigió la luz hacía las rocas que había en uno de los extremos de la playa. Y allí estaba. Una figura humana oscura sentada en las rocas. Se acercaron y el subteniente García, que estaba al mando, le preguntó:

-¿Cómo te llamas?

Mientras esperaba la respuesta, García observaba el estado calamitoso del inmigrante. Tenía heridas en los brazos y en los pies desnudos. Totalmente mojado y temblando. La cabeza hundida entre las piernas.

-Me llamo Aziz.

-Tranquilo chaval. Te vamos a ayudar

Continuaron haciéndole preguntas pero Aziz no contestaba. Después de unos minutos señaló hacia su derecha y habló:

-Azzedine. Allí

Dos guardias se desplazaron dificultosamente entre las rocas resbaladizas hacia donde Aziz señalaba. La noche era oscura y el viento arreciaba. Al final de las rocas, junto al acantilado, pudieron ver una zódiac destrozada. Llevaba horas siendo aplastada contra las rocas. De nuevo, las linternas escudriñaron toda la zona, entre los restos de la embarcación y las olas. No había nadie.

Una vez que el subteniente fue informado del hallazgo, se dirigió de nuevo a Aziz:

-Vamos, tienes que ir al Hospital. Con esta oscuridad y este tiempo no podemos hacer nada. Mañana enviaremos al equipo de rescate y submarinistas.

Intentaron levantarlo pero Aziz se resistía. Tuvieron que esposarlo para poder trasladarlo al coche. Gritaba continuamente ¡Azzedine! En el coche perdió el conocimiento. No pudo más. Estuvo  horas buscando a su amigo. Por la playa, las rocas, el acantilado, nadando entre la zódiac. Se destrozó las manos y los pies hasta que quedó exhausto. Su amigo tenía que estar allí. No podía haberse ido. Pero no le encontró.

Hacía  dos años que Aziz salió de Guinea Conakry, justo el día después de cumplir 18 años. Huérfano desde niño, fue educado por una familia de Guinea ecuatorial que le enseñó a expresarse en inglés, francés y español. Gran deportista, quería triunfar en el fútbol europeo. Recorrió en autobús y andando las costas del Atlántico hasta que llegó al Sur de Marruecos. Allí fue asaltado por unos supuestos pescadores. Se resistió y lo dejaron mal herido en una carretera donde lo encontró un perro de Azzedine. Se  despertó en un hospital marroquí. Junto a él había un joven alto, flacucho, más o menos de su misma edad, pelo ensortijado, marrón y con los ojos verdes. Era Azzedine.

Ahora despertaba de nuevo en un hospital. Con la manos y los pies vendados. Fue trasladado al C.E.T.I. de la zona pero allí solo podía pensar en la noche de su llegada. ¿Por qué no saltaste Azzedine? ¿Por qué no me quedé contigo para empujarte yo mismo?- Eran unas preguntas que se repetía una y otra vez obsesivamente.

 Aziz se escapó del centro de internamiento. Vagó unas horas hasta que fue de nuevo a la playa de su tragedia. Necesitaba volver allí. 

Llegó a las rocas al atardecer. Un rato después se sintió sorprendido al oír a alguien acercarse. Era el subteniente García. Su vehiculo y su compañero se habían quedado lejos, junto al camino.

-Supuse que estabas aquí.

El subteniente se sentó junto a el. Ninguno dijo nada. Estaban absortos contemplando como la línea recta del horizonte atlántico se tragaba la gran bola de fuego. Después del fugaz destello verdoso, García preguntó:

-¿Qué pasó Aziz?

El piloto paró el motor para no hacer ruido pero el oleaje era muy fuerte. Cuando quiso arrancarlo ya no pudo y la barca quedó a la deriva. Era llevada hacia el acantilado donde las olas chocaban brutalmente. -«Saltad. Saltad todos»-, gritaba una y otra vez el piloto. Todos saltamos por la borda. Sin embargo, Azzedine se quedó agarrado a las cuerdas de la nave. Inmóvil. Estaba bloqueado por el miedo. Le perdimos la vista entre las olas.

 -Le echas de menos, ¿no?

Por primera vez, Aziz miró fijamente a García:

-¿Que si le echo de menos? -Aziz empezó a hablar atropelladamente- Mire, me recogió cuando estaba herido. Después me llevó a su casa. Sus padres me trataron como a un hijo más. Me enseñó todo lo que sabía sobre las cabras y me buscó  trabajo de pastor. Le convencí para venir conmigo. Que podía conseguir una vida mejor para él y su familia. No quería pero le convencí. Decía que no sabía nadar y le tenía miedo al agua. Ahora ya no está. Me salvó la vida y yo no hice nada para que no perdiera la suya.

El subteniente quiso consolarle:

-Quien sabe. Lo mismo saltó, llegó a las rocas, le entró miedo y salió corriendo como hicieron los demás. Puede que esté en algún sitio esperando el momento para venir a buscarte. Nunca debes perder la esperanza.

Aziz movía la cabeza de un lado hacia el otro pero no dijo nada. No podía. Los surcos brillantes de las lágrimas destacaban entre sus mejillas color ébano. Le enseñó un teléfono móvil que tenía en la mano:

-Nadie sabe nada de él.

El subteniente apretó más fuerte su mano sobre el hombro de Aziz: 

-Venga vamos. Se hace tarde.

Mientras iban hacia el coche, García le preguntó:

-Oye me han dicho en el C.E.T.I. que juegas bien al fútbol, ¿es verdad?

Aziz se encogió de hombros.

-Es que el entrenador del equipo del pueblo donde vivo es amigo mío. Necesita un defensa central corpulento. Te podría arreglar un permiso para probar.

Aziz lo miró con unos ojos inmensos, redondos como la luna que surgía entre los montes.

-Bueno, yo jugaba de delantero pero creo que me podría adaptar.

-Claro hombre. ¿De qué equipo de España eres?

Antes de entrar en el todoterreno, Aziz se paró y miró de nuevo hacia el mar. Después miró al cielo. Era católico. Dijo algo en voz muy baja y entró al coche. Por fin, contestó al subteniente:

-Del Madrid por supuesto. Mi ídolo es Cristiano Ronaldo

                                

 

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