El tópico de la ciudad, la alegría y la tristeza, que se renuevan sin compromiso, buscando la orilla nueva, recorren vacilantes en pequeños botes, de día y de noche.

La orilla silenciosa, más allá de su infinita belleza y su eterna inspiración, de altas olas y palmeras que conspiran con la costa un silencio mayor.

Dejan la frontera para buscar un mundo mejor. Si el más allá es la eternidad, la orilla blanca, semeja bondad, la negra queda atrás, es lo que no fue, ni será.

El símbolo de paz, en sus ojos está y en etéreo amor, viste de color sus vidas que sueñan alegrías, Rabel toca su bolero mejor y una lívida flor se queda silenciosa en su rubia cabellera, que el viento despeina. La noche oscilante, comienza a enfriar, el sol de fuego ya se va, dando paso a la soledad y la luna viste de plata esa amistad, que escapa al sonido de una sirena y se escurre entre lazos y sogas para esconder sus siluetas. Entre lazos y sogas para esconder su belleza.

Dicen titilantes las estrellas ¡allí están! ¡Se han enamorado! iluminemos con lejana luz, para que el néctar del amor se esconda en la oscuridad, donde el canto bullicioso de las chicharras, renuevan el sonido que acaece a la serenidad.

La frontera quedó atrás, los sueños comienzan a empezar, es un nuevo mundo y una oportunidad.

Pasaron una noche y medio día, entre las curvas de la selva que orillan el río, se mesen al escaso viento, para atenuar un calor grasiento, que deambula silencioso, cobijando aves hambrientas, que recorren la siesta, buscando migrantes que no llegan a la cuesta, de la empinada costa, los que muchas veces mueren en su rosca acostados en una vieja canoa, donde el amor, carnal mariposa que allí deja su oruga, derramando el néctar del placer, con aliento entrecortado, bebida somnolienta, que acompaña la pasión, cuando la guardia se acerca a ese mundo soñador, derramando su néctar mejor, que entre maderas y torcidas de sogas escurrió.

¡Corre! Decía la voz de la vida y… ¡Quédate! Gritaba el silencio absoluto. Mimetismo de un fruto, prohibido de la vida, que nació en el árbol del adiós, dejando una rubia cabellera, despeinada sobre unas crujientes maderas y en su panza la herencia de aquel pasador costero, que robaba pasajeros a la orilla negra para acercarlos a la libertad, encontrando primero la suya, para  no despertar jamás.

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