Los paramilitares invadieron el paraíso, llegaron con motos, con el maldito negocio de la cocaína y el peso frustrante de la ignorancia. Ya no queda nada de ese viaje maravilloso y la encantadora fantasía de encontrar el paraíso utópico para vivir eternamente felices, se convirtió en intrigas, miedos y secretos tan silenciosos que si haces el menor ruido te mueres.

Mi hija pescadora por herencia corre el gran peligro que uno de estos hombres narcoparamilitares se enamore de ella y solo tiene 10 años, pueden comprarla por tres millones de pesos, ese es el precio de la virginidad, la costumbre de los negros, indios y mulatos de esta zona. Las tribus, así les digo, tan salvajes, nunca pensaron que su manera de vivir afectaría el futuro y el bienestar de sus hijos y su comunidad.

Mi viaje termino donde empezó…. en la casa de mis padres en Medellín, Antíoquia, sin maletas, con un hija parida por el mar, viuda y desplazada por la guerra. Así es Colombia aunque nos duela en el alma aceptarlo, la guerra nos ha dejado marcas imborrables.

Mi viaje inicio con mi primer amor, Diego, me contó de un lugar inhóspito en el que vivía su tío Efraín un ingeniero de la Nasa y piloto, encontró este lugar desde su avioneta, se enamoro como un gran romántico de la selva y el mar o tal vez la manigua del Daríen se enamoro de él y envejeció allí junto a ella.

Yo estaba tan cansada de vivir en la urbe que sin pensarlo le dije que nos fuéramos; el viaje era largo, veinte horas, en ese entonces las carreteras eran peligrosas y mas en la zona de Urabá, los guerrilleros quemaban buses, secuestraban personas; pero siempre tuvimos suerte, pasábamos invisibles ante los ojos de la maldad o mejor de las circunstancias. Llegamos al muelle de Turbo, de allí salían lanchas o pangas como ellos las nombran, recuerdo que era una panga pequeña en el mar inmenso, este era negro, con un olor fétido, el muelle lleno de barcos muertos y de niños bañándose en las aguas turbias, solo se veían sus blancos dientes y pelícanos buscando pescados yertos.

La panga encendió el motor suavemente y el agua empezó a cambiar de color ya no era negra, era café con troncos y plantas flotando. El río Atrato bajaba con gran poder; manglares, pescadores…. yo estaba fascinada, ante un paisaje novelesco, mi corazón latía tan fuerte, tome la mano de Diego con mucho amor a manera de agradecimiento, como si supiera que este viaje cambiaría mi vida.

Avanzamos a toda velocidad, las olas eran tan grandes que si nos deteníamos, la panga se volcaría. Estábamos completamente mojados, saltando de ola en ola casi volando como delfines. Miro hacia mi izquierda una cordillera totalmente verde con arboles gigantes, playas y palmeras, el mar color esmeralda, comencé a llorar y las lagrimas se confundían con el salado de las gotas que reventaban en mi rostro,

– ¡Diego! ¡Esto no puede ser cierto! -nunca volveré a Medellín. El simplemente me sonrió.

Llegamos a San Pacho, selva húmeda tropical. Quien iba a pensar que este lugar me daría las felicidades y tristezas mas grandes. Ese día comenzó la historia del viaje de mi vida.

Pasamos meses viviendo un idilio de amor, no había luz, solo las velas que llevamos y los millones de estrellas; la geometría sagrada de la naturaleza nos acompañó. No habían mas persona, solo él y yo, sin olvidar la biodiversidad infinita.

El tío de Diego había viajado con su fiel compañero Julio el alquimista, en busca de víveres, nos dejaron a disposición la cabaña y una bodega repleta de barriles de vino de jengibre. Pasaron los días y Diego debía viajar por asuntos de la universidad, pero yo no viaje, nuestra historia de amor termino allí, el en la panga y yo en la playa despidiéndome. La Manigua, ella fue quien nos separó.

Ahora entiendo que uno no escoge los lugares, ellos nos escogen, y me escogió a mi. Estaba sola en medio de la selva, entonces conocí al mas antiguo de todos, Jaíro, un viejo zorro tuerto con gran sabiduría, me enseño, que allí sobrevivía, no el mas adinerado si no el mas valiente, me contaba historias asombrosas de como vivir fuera del estado; decía con una sonrisa astuta, si no siembras no comes.

Todos sembraban y pescaban, el dinero era muy escaso, así que viví por mucho tiempo si una moneda en el bolsillo pero completamente libre.

Con el tiempo conocí quien seria el padre de mi hija, un pescador y campesino; era tan hermoso, su piel negra y ojos miel, un cuerpo esculpido por los años de trabajo en el campo, sus manos con cayos no podía empuñarlas, tenia la horma del machete. La primera vez que lo vi estaba bañando un caballo blanco en el mar, todas las tardes lo llevaba y yo lo observaba como si viera una postal. Así comenzó nuestra historia de amor la cual sellamos con el nacimiento de nuestra hija Cristal del Mar.

El me enseñaba a pescar y yo le enseñaba a leer y a escribir, ¡nos amábamos tanto! pero el paraíso comenzó a cumplir la ley de la vida, la dualidad hizo estragos y se lo llevo, murió de cáncer cuando mi hija tenia un año de vida y lo mucho y lo poco que el nos pudo dejar, fue el legado de un espíritu fuerte y salvaje.

Volví a empezar de cero, comencé a lavar ropa en el rió con las mujeres de la tribu, manduquiabamos, nos contrataban los narcotraficantes para lavarles la ropa, aprendí a sobrevivir pero ya no solo en la selva, si no en la guerra. Con los años el paraíso se convirtió en el escondite de los narcotraficantes mas buscados de Colombia y la civilización nos invadió, llego la luz, la televisión, el dinero y la basura, todo cambio….

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