Los dos Montoya y un viajecito al más allá

Los dos Montoya y un viajecito al más allá

jose luis bracco

22/08/2019


Los dos Montoya estaban parados frente a frente y, entre ambos, la noche inmensa cortada por el filoso brillo de los cuchillos. Uno de ellos, al menos, debía morir.

Ambos repasaban los caminos recorridos desde el momento en que se conocieron y se odiaron, hasta este último y fatal encuentro en que los sentimientos que se profesaban eran confusos.

La lucha cuerpo a cuerpo otorgaba una cierta intimidad, y la respiración cercana y agitada hacía confundir las emociones.

Uno de los Montoya atacó ferozmente, rasgando la tensa oscuridad. El otro Montoya dio un paso hacia atrás y sintió deseos de tirar el cuchillo lo más lejos posible. La noche estaba hermosa para caminar, solo o acompañado, y desde el lado del río venía una brisa fresca que arrastraba el olor dulzón de los espinillos.

Un paso adelante hubiera sido fatal porque el otro Montoya se había acercado peligrosamente, el sudor de la mano haciendo resbalosa la empuñadura, la boca abierta pero vacía de palabras.

El Montoya más flaco y más joven no tenía miedo de morir. No le temía a la muerte ni se aferraba a la vida.

El otro Montoya era feroz.

Lo enfurecía aquel cuchillo que giraba en el aire sin buscarlo, ese débil ajedrecista que ejecutaba su jugada como pensando en otra cosa.

El estaba aferrado a la tierra como un potro. Esperaba el descuido, la ventaja, el pozo que le permita el golpe artero. Por eso lanzaba hacia adelante el puntazo agresivo que hacía retroceder.

El otro Montoya comparaba cada situación con la de aquella noche trágica.

No estaba aquí sino allá, donde se había librado la peor batalla y donde había muerto.

Temía más a la sonrisa filosa de su adversario que a su cuchillo.

Lanzó otro puntazo. Entró en la carne. Con malicia sonrió.

Brotó la sangre. Dolió más la sonrisa que la herida.

Hay muchas formas de herir o de matar.

La pelea era desigual. Un Montoya peleaba contra un muerto. El otro peleaba contra una risa socarrona o una burla.

Hay cosas que no se pueden contar y fue la luna que, al ocultarse tras las nubes, les había conferido esa pequeña intimidad.

Los cuchillos se habían apagado y, con los ojos cerrados, en ese ambiente irreal donde la intuición se había transformado en el sentido principal, era más fácil mirar hacia atrás donde todo era mas nítido y real.

Lo habia odiado desde que sintió aquella mirada rapiñera posarse, como un cuervo negro, sobre su pequeño cuerpo blanco.

Presintió que algo terrible iba a suceder, aquella noche que rozó su cuello como esas horribles mariposas de la luz.

Ahora, en la oscuridad, y sin saber a que atenerse había dado otro paso hacia atrás.

Trastabilló. Vió la sombra que se le echaba encima como en aquella noche trágica, y empujó el puñal con todas sus fuerzas hacia el cielo. Un gritito se escuchó.

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