Me gusta caminar, a veces sola, a veces con mi perra. Es tiempo de soledad, es el momento de los proyectos, de los recuerdos, a veces de las lágrimas. Es terapéutico.

Recorro esas calles queridas de Banfield, a veces tomo la calle Rodríguez Peña, es tranquila, arbolada, aún conserva los adoquines y los jardines amplios y cuidados.

Entre Azara y San Martín, al 500 hay un hermoso chalet, en el jardín una placa dice: “Aquí vivió Julio Cortázar entre 1918 y 1928”. Cada vez que paso lo leo, intento recordar el antiguo chalet inglés, el cerco de alambre y las plantas desordenadas que invadían el jardín, es difícil, esa foto en la memoria se va desvaneciendo como tantas otras, entonces me ayudan sus palabras, las de Casa tomada, las de Rayuela, las de tantos textos que se gestaron en ese lugar.

La primera vez que la busqué estaba intacta, yo cursaba quinto año en la Escuela Normal de Banfield y leía Bestiario por primera vez, recuerdo la emoción con que me paré frente al cerco, sabía que Cortázar ya no vivía ahí, que estaba en Paris… pero sus palabras parecían salir a borbotones de esa casa vieja y descuidada.

La casa ya no está, como tantas en esta pequeña ciudad, fue demolida para dar paso a un chalet moderno y con seguridad más funcional, una horrible pluma de chapa anuncia en la esquina que “el gran escritor vivió a metros de aquí” y algunos vecinos rescataron de la piqueta el cerco y el portón que hoy está en la escuela N° 10 donde concurrió y que afortunadamente hace unos años lleva su nombre en reemplazo al antiguo de Julio A. Roca.

Tampoco la escuela es la misma, cuando Julio Cortázar cursó la primaria estaba en Belgrano y Maipú, a una diez cuadras de su casa, cruzando las vías de lo que fuera el ferrocarril del Sur, hoy Roca… en esa esquina hubo una placa que lo recordaba, hoy hay un moderno café que lo recuerda a través de su marquesina: “Cronopios café”.

Cuando paseo por Rodriguez Peña pienso que tal vez algunos árboles sean los mismos, tal vez los adoquines de la calle lo vieron cruzar y mantengan su imagen en esa memoria de piedra que no pudo demoler el progreso.

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