“ UN EXTRAÑO EN LA CASA ”

“ UN EXTRAÑO EN LA CASA ”

Cuando Aurelia accedió a presentar a Ricardo, como su prometido, ante sus hijos: Anita y Daniel; era porque ya estaba decidida a formalizar esa relación, que a esa fecha ya cumplía seis meses.

De finas facciones y figura exquisita, la edad y la maternidad, parecían no haber hecho estragos en Aurelia. A sus treinta y seis años, conservaba la frescura de su cuerpo, propio de una mujer de piel oscura.

Cuando fueron avisados del evento, sus hijos prometieron poner todo de su parte para que las cosas salieran bien. Ellos habían comprendido que el divorcio de sus padres se presentó como una necesidad para el bien de todos, así que igualmente consideraban como lógico que intentaran cada uno por su parte, realizarse en otra relación.

Ese viernes, a las siete de la noche en punto, Ricardo se presentó en la casa de Aurelia, para cumplir con el protocolo.

En cuanto sonó el timbre de la puerta, Anita fue a darle la bienvenida al novio de su madre.

Al verlo, una serie de recuerdos, se agolparon en su mente. Ricardo era muy parecido al maestro de matemáticas que le había dado clases en la escuela secundaria. El maestro más atractivo de cuantos había tenido durante su educación escolar. Casi, casi, el hombre de los sueños de todas sus compañeras, incluyéndola a ella. Pero este hombre, un poco maduro, era nada menos que el novio de su madre.

No obstante, disimuladamente lo barrió con la mirada y le brindó una cordial bienvenida con un beso en la mejilla y una sonrisa propia de la coquetería femenina de su edad. Anita tenía diecisiete años de edad y era evidente que había heredado de su madre la belleza en sus facciones y voluptuosidad de su cuerpo. Así que al percatarse de su atractivo, igualmente Ricardo, le correspondió la interesada mirada.

Una vez formalizadas las presentaciones, después de la cena, los novios abordaron de lleno el tema de su próxima boda. Calcularon que en una semana o dos estarían en condiciones de fijar la fecha del evento. Y les prometieron a los jóvenes que los tendrían al tanto de ello.

Como ambos trabajaban, por una u otra causa, los preparativos de la boda se fueron aplazando, aunque su relación continuaba estable. Esto propició que ante la insistencia de Ricardo, Aurelia aceptara que éste se trasladara a vivir a su casa.

Se cumplieron así, dos meses de aquella cena en que dieron a conocer su compromiso matrimonial. Y para la fecha en lo que habían avanzado era en los análisis clínicos prenupciales. No obstante, Ricardo había adoptado ya su papel de “padre”. Y al parecer con mucho éxito ya que tanto Anita como Daniel, lo colmaban de atenciones.

Aurelia no le pareció nada extraño que Ricardo hubiera tomado vacaciones en su trabajo y que el mayor tiempo del día lo pasara en su casa con sus hijos, que también estaban de vacaciones escolares.

Tampoco le resultó raro que éste le hubiera regalado automóvil a Anita y que gran parte del día se lo pasara con ella enseñándole a manejarlo. Actividad que algunas veces compartían con Daniel, quien ya contaba con la promesa de que cuando cumpliera su mayoría de edad le regalaría una motocicleta. A ambos también les había renovado el vestuario e inclusive hasta les había regalado algunas joyas. A la madre sólo le había comprado el anillo de compromiso.

Sin embargo, cuando Aurelia se dio cuenta de que Ricardo ya no volvió a mencionar nada de los preparativos para la boda, se atrevió a comentárselo.

— Vamos a darnos otro tiempo, mi amor. — le contestó en forma cariñosa.

— ¡No eso ya no puede ser! Si acepté que vinieras a vivir con nosotros era porque de esa forma aceleraríamos los trámites. Pero ahora me doy cuenta de que sólo le estás dando largas al asunto. ¿Qué es lo que te pasa?

— ¡No me pasa nada! Pero yo considero que debemos esperar más y si no te parece ahora mismo lo solucionamos. — esta vez cambió el tono de voz de Ricardo.

— ¡Pues efectivamente: no me parece! — lo encaró Aurelia y por respuesta Ricardo preparó su maleta con las pocas cosas que había llevado y se marchó.

De esa escena pasaron dos días, y sus hijos como si ya estuvieran informados de ello, no volvieron a mencionar nada. No obstante, una noche que regresaba de su trabajo encontró una nota en su cama. Un extraño presentimiento se apoderó de ella de inmediato y apurada leyó la misiva.

Desconsolada se recostó boca abajo sobre su cama y lloró horas enteras. Sabía que ya nada podía hacer. En ese par de días había perdido dos de sus grandes amores. Su hija Anita se había fugado con Ricardo, su prometido.

Fin.

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