Esas letras que por años quise escribir y solo estaban grabadas en mi corazón, hoy las siento latiendo en mi pecho, feroz y violentas, recorren cada sitio de mí cuerpo, me invaden los recuerdos de “La Romana”, así se llamaba la calle donde crecí.

Es inconfundible el sonido de su risa, su alegría, corriendo de allá para acá. Sentada en mi sillón evoco esos maravillosos momentos que tanto me dio la calle de mi niñez, esa calle fue testigo de mis escapes a la realidad.

Aún siento el asfalto caliente, el sol quemando mis cabellos y yo corriendo con mis hermanos a la bodeguita de Antero, esa que quedaba en una esquina y que milagrosamente ha sobrevivido a tantas cosas … aún continua allí, pero sin el Señor Antero, un portugués que llegó a Venezuela huyendo de la guerra, encontró en la hermosa ciudad de Maracay, una calle llamada “La Romana”, donde decidió quedarse y montar su bodega. Era el sitio de visitas de todos, para comprar el café, la Harina Pan, el queso y el refresco. Antero y su esposa siempre se encontraban en el mostrador, a veces discutían, otras eran tan amables el uno al otro, en sus rostros se notaba que vivieron cosas terribles y que habían encontrado la paz en nuestra calle. Siempre estaba llena de gente, los vecinos se reunían a tomar café, era un placer ir a la bodeguita de Antero, un portugués alegre que a veces costaba entenderlo, pero con una gran sonrisa.

Mi mamá siempre nos mandaba a comprar las cosas que hacían falta para el mercado, en el trayecto de nuestra casa a la bodega de Antero, mis hermanitos y yo corríamos, jugábamos y reflexionábamos, nos preguntábamos como ese señor blanco, regordete, de aspecto dulce podía haber abandonado a su país, haber dejado una parte de su familia y estar aquí como si no le doliera, ¿cómo podía tener esa sonrisa? Su sonrisa y su amabilidad para con nosotros, chiquillos tremendos, soñadores. Nosotros muy pequeños mis 4 hermanos y yo, éramos los pobres de la cuadra, nos llamaban “los recogiditos”, muchas peleas callejeras teníamos con otros niños, también teníamos amistades de esas que crecen con el tiempo. Siempre soñamos seguir ahí, recuerdo tantas cosas de mi calle de “La Romana” que la nostalgia me invade sin importar los años que han transcurridos. Esa calle estaba viva palpitaba de alegría, de ver familias que crecían y prosperaban allí, de ver niños corriendo y soñando con ser alguien.

El árbol de Almendrón que tanto trepamos, el taller del mecánico que siempre estaba lleno de grasa, cerca una empresa que tapizaba muebles y la casa embrujada, nunca falta en una calle, una casa abandonada, donde las almas de sus dueños se niegan a dejarla… Muchas historias de ruidos, de voces, de música, apostábamos a ingresar en ella, a veces nos asustaban y salíamos corriendo.

Con nostalgia, suspiro, bebo mi taza de café y miro por la ventana, afuera hace frío. Cierro mis ojos y recuerdo como si fuera ayer, ese momento en que la historia de mi calle y de mi vida cambio…

A media cuadra de nuestra casa, comenzaron a construir un edificio, todos los niños del barrio veíamos la construcción como un símbolo de modernidad, en “La Romana” solo había casas, donde las señoras en la noche sacaban sus sillas y se sentaban a charlar, los niños jugaban. La realidad de mis hermanos y la mía era otra, esperamos con ansias que llegará mi mamá para comer, a veces la pobreza no se ve por fuera, se lleva en el estómago, cuanta hambre pasábamos a veces. El sr. Antero quizás lo presentía y siempre nos regalaba un pedazo de queso o colocaba un pan adicional en nuestras bolsitas.

Tantos personajes, como el indio, un chiquillo que desafiaba a todos en el barrio, la Sra. Betha que cuidaba niño y cuidaba una de las niñas adinerada de la calle a quien admirábamos a “Dolores” tenía hermosos vestidos, de esos que ni en sueños podíamos tener.

Un 04 de febrero de 1992, inició el cambio de mi calle y de mi vida, un grupo de militares dieron un golpe fallido, mucha gente corriendo, la desesperación se apodero de todos, nuestra calle se tiño de rojo.Al día siguiente en el titular más de 200 muertos dejo la intentona golpista, entre esos estaban los seres más bonitos que rodearon mi niñez.La bodeguita de Antero fue saqueada, en su rostro ya no se dibujaba una sonrisa, sino una profunda tristeza, había perdido uno de sus hijos.

La Romana se negaba a morir, a pesar que mucha gente tuvo que irse, entre esas personas estábamos nosotros. Yo, con el corazón partido, de dejar mis recuerdos, mi colegio, la iglesia, las calles y su olor asfalto caliente cambio por un olor de muerte y de tristeza.

25 años después, estoy acá en otro país, siendo una inmigrante como lo fue el Sr. Antero, mi familia en diferentes países del mundo, conociendo otras calles, otros cafés, otras bodeguitas de Antero y unidos a mí por el recuerdo y alimentando la esperanza de volvernos a encontrarnos.

Aun cuando el país ya no es el mismo, la calle, mi calle “la Romana” ha sobrevivido, ahora con unos cuantos años más, envejecida, deteriorada y sin la modernidad que hubiéramos soñado, para una calle que nos cobijó, nos dio tantas sonrisas y tristeza a la vez.

Así como sobrevivió la calle “La Romana”, el sr, Antero también, quizás yo no pueda volver a verlo, pero le agradeceré la alegría que sembró en nosotros, sus historias, sus sueños quedaron en nuestros corazones y quizás en la de otros niños también.

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