«LA SÁNCHEZ; Un grito de realidad en Tijuana»

«LA SÁNCHEZ; Un grito de realidad en Tijuana»

Minerva Rodriguez

10/03/2018

La madrugada y el escalofriante silencio que lo permea todo muere en la inmensidad del amanecer, justo a las cinco y cuarto de la mañana cuando aun no amanece completamente pero aun así las farolas ya han iniciado a dormir, a partir de allí se pueden comenzar a escuchar los pobres cantos de las aves que luchan por ser oídos entre todo aquel alboroto de motores de automóviles siendo encendidos y preparados en su mayoría por padres de familias nunca descansados yendo a trabajar, amas de casa y madres solteras comenzando su ajetreado día sintiéndose poco valoradas y demasiado exhaustas, todo aquello entre el murmullo de una calle atrincherada en un reducido espacio que empieza vibrar y renacer de nueva cuenta a cada nuevo día.

Una hora mas tarde por aquella estrecha y larga calle pavimentada por la propia gente del barrio ya no tan repleta de coches, con postes en donde a simple vista se pueden observar diablillos pegados para evitar el alto monto del recibo de luz; decenas de niños somnolientos e uniformados salen de sus casas para emprender su camino a clases en compañía de sus madres o solos, adolecentes dentro de uniformes de instituto mal puestos a su manera con maquillaje exagerado, perforaciones y dilataciones por aquí y allá charlando entre ellos mientras escuchan música por los auriculares golpeteando piedrecillas al desplazarse por el irregular suelo con desagüe inservible que deja muestras a la vista. Casi dos o tres horas después se pueden ver amas de casa con paraguas y bolsas de mandado en mano chocando entre sí por direcciones opuestas, yendo y regresando a toda prisa del supermercado más cercano mientras los perros que pintan de callejeros –aunque no lo sean– les persiguen por detrás evidenciando el hueco en su estomago que ruega ser llenado. Mas tarde inevitablemente llega la calma silenciosa por alrededor de una hora, aun así las señoras mayores que ya fueron y regresaron cierran perfectamente las rejas, puertas y sueltan el lazo del perro recogido, aquí no necesitas tener sabiduría obtenida por el paso del tiempo si se vive en donde viven. Y de nuevo todo el silencio es absorbido por helicópteros, sirenas o ambulancias que chillan desesperadas porque no se dan abasto, las camionetas que reparten agua con un megáfono ruidoso visitan la calle mientras ancianas con sombrillas para protegerse del calor y biblias en la otra mano llaman puertas con el ferviente deseo y esperanza de ser escuchadas pero francamente los lugareños tienden a pensar que su colonia ha sido olvidada por Dios, algo hipócrita si por las noches rogaran clemencia por un día mas de vida. Ilusos. Es el fin hacia el cual todos avanzamos sin tregua.

De una y media de la tarde en adelante todo parece transformarse en multicolor tras los niños del jardín de infantes o la escuela volviendo, al parecer tienden a dejar la tarea para después, pasan de ser habitantes de esa pobre colonia a estudiantes y de estudiantes tienden a convertirse en niños con espíritus valientes y aventureros, niños que se atreven a salir a jugar a lo largo de aquella estrecha calle, tan estrecha como peligrosa. Una estructura de pavimento levemente inclinada que a pesar de los incidentes captura y llama la atención de los niños y tras subirse a sus cochecitos se transforma en una pequeña pendiente que les hace soltar carcajadas de pura diversión y adrenalina, por otro lado un gran grupo de niñas comparten risillas escandalosas mientras improvisan un bebeleche demasiado largo como para serlo con una piedrecilla que les sirve como gis mientras otras juegan a la liga de salto en salto, niños tal vez cursando los diez se corretean jugando a las traes mientras mas allá donde ya toda la calle es pareja y sigue de largo otros saliendo los trece están en medio de un cuidadoso partido de futbol evitando darle a los parabrisas de los coches de sus padres y vecinos. Todo esto sucede mientras las madres echan un ojo de vez en cuando temiendo por la seguridad y el bienestar de sus hijos. Y cuando el sol dijo adiós, justo cuando el reloj marca desde las siete de la noche en adelante, un silencio aplastante aparece en forma de un susurro que abraza y envuelve todo, entonces la alegría que solo son capaces de irradiar los niños se desvanece a puertas de hogares bien cerrados y la sociedad misma muestra esa otra cara que había permanecido oculta hasta ese momento, la cara de la cruda y amedrentadora realidad que ahoga a toda esa colonia. Resulta sorprendente al mismo tiempo que perturbador que justo esa colonia «La Sánchez» siempre haya estado sumergida entre los primeros puestos de alta violencia e inseguridad, por ello el escenario de toda esa comunidad subsistiendo o mejor dicho sobreviviendo cambia completamente. Todo lo ocurrido con antelación ha ese momento parece parte de una escenografía bien simulada y estudiada porque las pandillas más peligrosas salen de sus recintos y ocupan las esquinas donde acostumbran a pasar el rato mientras se fuman un porro, atemorizan con las solas miradas a los extraños observando como lobos sagaces su oportunidad de seguir sobreviviendo en un estado que carece de oportunidades. Es casi de diario que las ráfagas rompan el precavido silencio en la madrugada volviendo todo de hielo, se abren parpados sobresaltados, un escalofrió se inyecta en las venas y enchina la piel de la nuca pero ya pasa tan seguido que los niños y adolecentes vuelven a los brazos de Morfeo al instante mientras los adultos con expresiones de desconfianza pura con un deje de temor y preocupación por su bienestar personal y familiar temen ante la injusticia de verse envueltos en medio de un sorpresivo ajuste de cuentas en donde no tienen lugar pero aun así terminan pagando por otros. Un patrón diario en la realidad de muchos hoy en día.

La Sánchez; Un grito de realidad en Tijuana.

Por: Minerva Rodriguez.

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