Seis de Febrero, el sol se había quedado dormido, y yo tenía que salir apresurada a cumplir con mis labores del día. Iba por la avenida olvidada, por la que pasamos los transeúntes que nada queremos saber de noticias sensacionalistas. Oí a lo lejos a un pequeño niño que lloraba muy asustado ante un tumulto de gente que lo rodeaba. Era como una fracción de Dios tiradita ahí en el suelo, la gente decía mientras lo miraba ¡que crueldad de personas!. Mientras esperaban una ambulancia, el bebé pegaba de gritos, nadie hacia por levantarlo, parecía que lo habían partido, como se parte un pollo enorme, que no va a caber en la olla antes de ser cocinado.

Hizo su aparición “la llorona” y bajaron apresurados dos hombres con maletín elegante en mano. Mientras se abrían paso entre el tumulto de gente, el bebé dejó de llorar. La pobre criatura lanzó una última mirada hacia todos los presentes, dando un tremendo pinchazo en el corazón de todos, fue una mirada con tanto dolor y ternura, que es prácticamente imposible no pensar en “las señales de los tiempos”, señales tan proclamadas por nuestros antepasados y despreciadas por todos nosotros, los de los “tiempos modernos”.

Su mirada también alcanzo mi mente, a mí me dio la impresión de que el bebé se había despedido con mucho dolor de este mundo, pero no por la paliza que le habían propinado, sino por la destrucción que la especie “humana” ha desatado sobre sí misma. Jamás bastará para el hombre, vivir solo a través de la ciencia y la alta tecnología, con tantos logros para la humanidad, pero con el corazón cada día más vacío.

De pronto, entre la muchedumbre resonó la voz potente de una madre angustiada, advirtiendo a su hija: cuando una nueva era se aproxime, verás cosas en verdad desastrosas; como los padres que violan, mutilan y matan a sus propios hijos, como las madres que dan prioridad a todo, que por la realización femenina, mientras su tesoro más grande se corroe en casa, el tesoro incomprendido de la hermosura de un hijo.

Cuando veas y escuches a diario todas estas cosas, llora por las calles amargamente, hazlo con tal estruendo, buscando que el Creador nos perdone, no repares en mis palabras, porque el fin habrá comenzado y el dolor será eterno. Veras también como la naturaleza se levanta en contra de la humanidad pretenciosa. La naturaleza habrá de cobrarse toda la sangre inocente que ha sido derramada, bañando la tierra a diario, sacudiendo sus entrañas de Madre.

Después de presenciar aquella atrocidad inenarrable, me retire lo más pronto que pude de aquella plaza enorme, en donde a plena luz del día, el infierno se hizo presente.

Caminé veinte o treinta cuadras, sin reparar que nada de aquello que transitaba lentamente por mis ojos me era conocido hasta entonces, en realidad había perdido por instantes la conciencia, y caminaba sin rumbo, como caminamos todos a veces.

La ansiedad de ir repasando en mi mente aquella escena desastrosa, me hizo entrar apresurada en el templo de la Madre Piadosa, que me quedaba de paso, me senté unos instantes y tome un poco de aire fresco.

No pasaron dos minutos, cuando sentí un escalofrío inexplicable que agitaba todo mi cuerpo, un anciano posó su mano sobre mi hombro, clamando en gritos de ayuda, sentí un dolor tan profundo, que pensé que me había apuñalado.

El anciano parecía extraviado, tal vez también había presenciado la atrocidad en aquella plaza. Me puse de pie de inmediato y dos gotas espesas de lluvia humana cayeron sobre mi zapato, eran las lágrimas de aquel hombre desesperado, esperando algún buen samaritano lo ayudara a salvar a su hija de las garras del demonio.

El hombre repetía entre sollozos, que el demonio estaba desatado, y que en su casa se encontraba haciendo destrozos. La culpa, por no haber podido hacer nada para evitar la muerte terrible de aquella pobre criatura me había obligado a salir en auxilio del pobre anciano.

Íbamos de camino hacia “la casa del demonio”, apenas habíamos entrado, y me abrí paso como pude, entre objetos de todo tipo, tirados por todas partes, entré en un cuarto grafiteado con gatos y ratas de todos colores, el olor era putrefacto, había sangre por todos lados, mire un poco más lejos, de donde una alacena patas arriba me lo había permitido, y encontré un par de piernas sangrantes, me apresure hacia aquel lugar, buscando encontrar el resto del cuerpo. Encontré a la hija de aquel pobre anciano, había sido golpeada con tanta crueldad, que no le auguraba dos horas de vida.

Salí temblorosa a pedir ayuda, y un hombre joven tatuado de pies a cabeza, me abordo rápidamente, el se encontraba recostado sobre un bulto de papas que el vecino tenía afuera de su abarrotera. La apariencia del joven me puso los pelos de punta, en realidad no sabía que me encontraba hablando con el proveedor de semejante tragedia, apenas el hombre abandono el saco de papas y el tendero cerró la tienda. Yo estaba aturdida, en medio de aquellas tragedias, jamás en toda mi vida había visto tanta sangre junta, mas que en aquellas ocasiones especiales en las que algún hermano volvía de Estados Unidos y mataban al puerco gordo.

Recién iba a explicarle al joven lo sucedido, y nos rodearon decenas de hombres armados hasta los codos, yo no salía de mi asombro, iban para apresarlo, por la muerte de un niño que según citaron, fue encontrado ultrajado en mitad de una plaza. Sentí desmoronarme, estaba parada frente al demonio. Aquel hombre drogado de cuerpo y mente, no solo había destazado a su hijo, sino que casi mató a la madre, solo por defenderlo. He comprobado que el demonio existe, pero no puedo explicarme todavía, como es que un mecanismo natural del cuerpo, puede causarte la muerte. El bebé, había sido asesinado solo por tener hambre, y su único pecado fue no haber sabido como pedir alimento “cortésmente”.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS