Yo he muerto y revivido en varias oportunidades, me han asesinado y me he suicidado, en la calle he habitado y de muchos peligros me he salvado, mi nombre es: Leonard Castro M, pero me dicen leo. Los últimos cinco años de mi vida, si a esto se le puede llamar vivir, se han esfumados entre mis dedos y mejillas. Las calles de algunas ciudades desconocidas han sentido la presencia de su narrador, al cual la vida le cambio por algunas decisiones. Hoy con un cuaderno en la mano pienso contarles algunos hechos, mientras descanso en alguna esquina, en un parque, con un tarro en la mochila, buscando cualquier moneda que algún desconocido me regale más por miedo que por voluntad. Perdido en mi mundo, en lo que ven mis ojos, en lo que anoto con un esfero viejo encontrado en la basura.

Escribo esto sabiendo que no soy un brillante literato, no busco realizar un texto perfecto, ni inventar una tesis académica digna de una verdadera conversación filosófica, aun por el contrario sin sentido creo mover las manos para dejarme una vez más en el papel, y perfectamente podría titular este conjunto de letras que escribo en un cuaderno viejo, como las sentencias no pensadas de una vida malvivida, de la vida de un indigente decente. Desadaptado, escéptico del escepticismo, sin fe ni idealismo que me aten a ser uno más de los mismos. Perdido en la salida más cercana que encontré me quedé y de intelectual drogadicto a habitante de calle pasé. Una mañana mi cara junto al pavimento al despertar hallé, hay reaccioné. De nuevo a un espejo me miré y diez meses de no bañarme frente a él hallé. Como si la vida hubiese pasado en esos pipasos que una mañana me fumé. Me acostumbré a cerrar los ojos y abrirlos meses después, a conocer personas que tenían el letrero de un segundo en el rostro, a pasar todo como si solo lo tuviese de frente, como si yo en verdad estuviese ausenté o fuese un televidente, como si el presente fuese pasado, y ya caminase resignado por saber todo lo que me ha sucedido.

Piensan que uno no siente, que no escucha o mejor que no es humano y por ende algunos afirman que no deberíamos existir. Nos llaman: vagos, desechables, habitantes de la calle… y ellos ¿qué son? Pensaran que nacimos en la calle con la pipa en la mano, que quisimos tener el papel más feo de la historia. En verdad hoy estoy seguro de saber qué es lo que piensan de mí, al mirar mi figura contra la pared con un cuaderno en la mano. Veo sus rostros maquillados, entro en ellos sin que lo sepan; llevan hambre, van pensando en sexo, en gastarse la plata, en conseguirla. Todos cargando su apariencia que es lo que más les pesa en la espalda o en la maleta, a veces lo único que tienen. La realidad me trajo a las calles, la droga también. Algún día fui un niño, desearía nunca haber crecido, nunca haber visto al diablo de frente, no haber matado mí niño. A los 23 años cumplidos la vida me cambio y desde ese momento habito las calles de las ciudades más caóticas del mundo, las de mi país. La gente me mira de arriba abajo quisieran escupirme, golpearme o hasta matarme, pero se conforman con mirarme feo y cambiarse de acera. Soy un charco sucio en la ciudad después de llover, soy el hermano de los perros, gatos y ratones que viven en las alcantarillas y caños de la ciudad a la cual no pertenecemos, pues no existimos, ni somos de ningún lugar.

Hace cinco años era un joven acomodado, recién graduado de la universidad, hijo de un productor de televisión y una actriz que nunca actuó más que para decirnos mentiras. Tengo un hermano a quien la vida se llevó muy pronto, hoy esta con migo solo en mi mente; Podría decir que el día en que él se fue yo también lo hice a mi manera. Él murió de un cáncer en la garganta cuando tan solo tenía 13 años, desde ese momento quede solo en mundo basura. Los días que se convirtieron en años después de su muerte, los sobreviví por él, pensando hacer de su historia un cuento, y de mi realidad su escenario, mi rostro seria el suyo, y mi voz hablaría por los dos; pero la vida cruda como un pedazo de filete me arrojó a la boca hambrienta de la droga, la cual consumí con desesperó, como si se tratase de agua que calmaría mi sed, y por el contrario fue un veneno que yo mismo inyecte en mí para destruirme lentamente. Las drogas se convirtieron en parte de mi vida, compañía y desolación crearon en mí, que como un zombi la vida pasé, me empecé a sentir confortablemente adormecido por mucho tiempo, mientras me gastaba el dinero que nunca significo nada para mí, pues no tenía idea de lo difícil que resultaba conseguirlo, para las personas del mundo real que trabajaban por él, no como a mí a quien se lo daba su padre como muestra de cariño, pensando que con él me sentiría bien , y efectivamente trate de hacerlo con las drogas, que no hubiese podido comprar durante toda mi universidad sin su ayudada. Estudiar significaba para mí salir de casa, recibir dinero, fumar y fumar con desconocidos que decían ser mis amigos, hoy ninguno de ellos está con migo mientras redacto esto; algunos están muertos, otros consumidos, desaparecidos en su mundo. Yo he creado el mío, de nadie necesito, solo de mi jibaro. Las drogas crearon en mí una fisura enorme, que se abría cada vez más después de las cargadas de la pipa, hoy llena de bazuco, el mismo que consumo con intensidad para tratar de liberar el alma del cuerpo y devolverla a su hogar, el infierno.

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