Paolo ingresó cuando todo estaba a oscuras, casi se cae de rodillas, la luz del ecran le hería los ojos, acababan de apagar las luces de los techos y laterales de la platea, era la primera vez que asistía al auditorio de la universidad y tardo en encontrar una butaca adecuada a su desamparo, eligió la más abandonada y alejada, huérfana de toda luz, aquella casi destartalada como su propia vida; Fue cuando andaba solo por el pabellón de la biblioteca de humanidades, de pronto alguien le interceptó con súbita determinación y le puso en la mano un papelito, como cuando niños uno juega a los secretos, indicaban en forma escueta en una hoja roja la hora y el lugar de la presentación de “Imágenes”; Al sentarse vio a un tipo gordo de cabeza grande iniciando una lectura que llevaba en la mano, detrás de él, el ecran encendido duplicaba su imagen, -Primer acto (gritó ásperamente), el niño cuidado por ancianas estériles en un precario departamento de alquiler-, una luz de neón dejó ver imágenes en blanco y negro, era la tragedia de un niño educado con la misma crueldad con que la soledad atormentaba a estas ancianas abandonadas, una era la madre de la otra envejecidas en el mismo tiempo y espacio, atrapadas con sacos pesados como escafandras pululaban sin salir de su encrucijada, pues el desdén de turno las atrapó en un ascensor sin salida, solo cuatro paredes deformes y vacías que sostenían garabatos que podrían llamarse ventana, sofá, estante, gato, etc. “-El rigor nos hace hombres de bien, las ancianas lo sabían…, pero el odio por la vida injusta era más grande que el amor-”, el hombre gordo y de cabeza grande le daba voz a las imágenes con frases igual de confusas, estaba a un costado de la pantalla, apenas si se le podía ver el rostro, no lo reconoció como integrante de la universidad, no lo había visto nunca, las imágenes pasan de la ternura filial al miedo por dejar vivir, que en buena cuenta podría ser al miedo de envejecer o morir, de perder, de no saber adónde ir, la muerte era otro garabato que sostenía una pared ploma y sucia como una sombra macabra que te seduce a cruzarla con cierta rapidez de escapista…, niño y viejas creando códigos de dolor, encerrados en un círculo vicioso sin hallar la salida, rebotando. Paolo cogió el pánico del encierro, de estar solo frente a imágenes vagas y crueles, de ver a esas mujeres envejecidas de la misma manera (fruncidas, oliendo a animal atrapado, por no decir apestando rancio humor a orines empozados en sus prendas acartonadas), madurando una venganza hacia los hombres, porque ellos son los culpables de aquella condición de abandono, “fueron los hombres” (mascullaban encorvadas, una largando a la otra en un espacio corto, reducido y asfixiante, saturado de muebles viejos, cuadros feísimos y cambiando el polvo de un lugar a otro en una manía culposa aprendida de una generación a otra) y ella, la más vieja utilizó al hijo de su criada, -No vean esta imagen (rezongó el gordo que hacia la voz en off)…-, pero por el contrario todos la vimos con extraña morbosidad, Paolo sentía un dolor en el vientre, las imágenes parecían logradas a cámara escondida, tanto en formato como en edición, rescatando de esta forma la violencia familiar, que a todas luces es la peor…, la vieja habló (el diálogo apenas si se escuchó, pues las imágenes decían más), el narrador se retiró por un momento, -Te lo dije carajo, yo te lo dije (le incrustó el tenedor en la oreja derecha, el muchacho era gordito, taimado y trinchudito, el clásico hijo terco de una sirvienta provinciana) y ni llores porque los hombres no lloran y tú sabes lo que es tener palabra (la mano de la mujer se le manchó de sangre, el hijo de la sirvienta no lloraba, pero unas gruesas lagrimas le corrían el rostro (la cámara agudizaba el lente y se observaba el tozudo rostro del jovenzuelo), lo llevó a un costado, a lo que parecía la puerta de algún patio y le metió una fuerte cachetada en el rostro, no me llores carajo…, cometes tu tontería y no quieres que te castigue, un verdadero hombre asume sus culpas y sus responsabilidades, no lo vuelvas a hacer porque si no te largas de mi casa con todo y tu madre-, en esos momentos por la cólera la anciana olvidó su edad que luego la recobró desplomándose en su mecedora con la sensación de haber perdido todas las fuerzas del mes en una sola acción (envejeció aún más), el niño se fue a barrer el patio y luego salió de escena, con el silencio apareció la hija solterona de la anciana, se miraron al rostro y antes que le reprochen el castigo la anciana le dijo ahogándose de cansancio

-Si a tu padre lo hubiera corregido a tiempo no lo hubiera perdido, he comprendido que los hombres maduros no existen, solo existen niños viejos-…

Paolo no pudo más, cogiéndose el bajo vientre se retiró tropezando con cuanto encontró a su paso, tenía ganas de fumar…, mucho más tarde, acodado en lo que algún día seria Larcomar estaba viendo la rutina de las olas sumergirse en la playa, entonces vio a un gordito cabezón y trinchudo caminando al lado de una flaquita de cabellos largos, algo de aquellas imágenes que presenció por la tarde le recordaban aquella pareja, luego siguió fumando con la vehemencia de siempre recostado en las barandas, atrapado en el murito, observándolos, registrándolos sin piedad…, y sintiendo en su alma la gran miseria, aquella gran sensación de ser realmente diferente al resto y solamente eso lo tranquilizó…

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