Central Park, medianoche. Un vagabundo se recuesta en una banca luego de caminar todo el día dando conciertos al paso, pidiendo limosnas.
– Aquí estará bien Celina, aquí estará bien -balbucea mientras cae pesadamente en una banca de madera que está oculta por la sombra de unos árboles.

Aferrándose a su viejo saxofón, que está envuelto en una funda tan maltrecha como su dueño, el vagabundo quiere recordar tiempos mejores, cuando la vida era mucho más simple, pero se deja vencer por el cansancio.

– ¡Darius! !Darius!, este chico llegará tarde a la escuela otra vez -masculló Olivia.

– Iré por él mamá.
– El bus ya llegó, así que arrastra su trasero y váyanse de una vez, o lo haré yo misma.

Celina sube por las escaleras y abre la puerta.

– ¡Ya me levanté! -dice el pequeño Darius frotándose los ojos- no tienen por qué gritarme, soy un niño pero también tengo derechos.
– Ayer te dije sabihondo que no jugaras hasta tan tarde… bueno, vamos ¿y tus cuadernos?
– En la cocina.

Ambos bajan las escaleras y Olivia los espera con los almuerzos dentro de bolsas de papel. Celina abre la suya y saca de su interior una manzana.
– Toma, cómetela. No irás a la escuela con el estómago vacío, no otra vez -le ordena Celina a su hermano menor dándole la fruta.
– Está bien. Gracias.
– ¿Habrás hecho tus deberes, no? Porque no pienso defenderte de nuevo con el Sr. Maloni.
– Sí hermana, sí hice mis deberes -contesta el pequeño mientras empieza a masticar. Ambos suben al autobús.

La noche es fresca en el parque. Unos 70 grados faherenheit. Bastante agradable. Si sólo lo dejaran dormir tranquilo…
– ¡Hey! ¿¡Eres tú de nuevo?! -grita el oficial Torres -Te dije que si te encontraba de nuevo en mi ronda te sacaría a patadas, ¿acaso no entiendes?

Torres toma su vara reglamentaria y la golpea varias veces con fuerza contra los brazos metálicos de la banca.
– Está bien, está bien, me voy de aquí pero no tiene que hacer tanto ruido.
– Este es mi parque y hago el ruido que quiera, sobre todo si encuentro indeseables como tú a las 3 de la mañana en mi lugar favorito de descanso. -Torres golpea nuevamente pero esta vez le da a la funda del saxofón.
– ¡Celina! ¡No! ¡No tienes que golpearla! -exclama Darius envolviendo con fuerza a su saxofón y cayendo de rodillas al suelo.

Torres al oír el golpe de su vara contra la funda nota algo metálico y hueco.
– Tranquilo amigo, tranquilo. -dice el policía al verlo reaccionar así- Pero no puedes estar aquí, son las reglas ¿sabes?

El oficial empieza a mirar el rostro del vagabundo ahora con más detenimiento.
– Sin esa barba -piensa- y con varios años menos me recuerdas a alguien.
– Me iré oficial.
– Espera. Esa funda es de un instrumento. ¿Qué es lo que tienes ahí? ¿Tu trompeta se llama Celina?
– Saxo. -corrige Darius con cierta molestia. Abre la funda y revisa el lugar del golpe- Gracias a Jesús no se hizo daño.
– ¿De dónde obtuviste esto?
– Creo que usted se entretiene mucho con un vagabundo negro y loco que duerme abrazado a su «trompeta».

Torres ahora examina de reojo la chaqueta del vagabundo, sus raídos pantalones y una cadena. ¿Será un reloj de bolsillo?
– No creo que estés loco. Además a esta hora conversar con un vagabundo saxofonista es lo más interesante que me ha pasado en varios meses.

Darius sonríe. Hacía más de quince años que nadie se había referido a él como un saxofonista. Por un instante su semblante cambia. Le viene a la mente aquel momento en que le dieron una fiesta sorpresa en su natal Georgia, en reconocimiento a su nuevo hijo ilustre, el gran Darius Coleman. Máximo exponente del Jazz de ese año, 1973, con uno de los discos más vendidos de los últimos años.
– El principio del fin -dice Darius en voz baja.

El brillo en sus ojos se desvanece al mismo tiempo que recuerda piezas de ese rompecabezas vertiginoso en el que se había convertido su memoria. Vuelve al rostro soñoliento y abatido de hace un minuto.
– Espera un momento. Yo te conozco. ¿Acaso no eres el magnífico Darius «Trane» Coleman? -dice el oficial en un tono sarcástico.
– Ese hombre está muerto. Lo dejé morir hace años. Mi nombre es Darius. Nada más. -el saxofonista vagabundo toma a Celina y sale corriendo lo más rápido que su cojera le permite.

Torres lo deja ir.
– Volverá. -dice para sí mismo.

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