Nunca digas nunca

Las luces parpadeaban como adornos navideños encima de su cabeza a cada paso que daba. Se dedicó a vagar solo entre una impresionante muchedumbre de mujeres solas o en pareja, que vendían y ofrecían sexo hasta que se cansó. Nunca había visto tal cantidad de mujeres buscando un cliente. Jamás se habría imaginado algo así. Aquella caminata resistía su importancia. El Santos de Brasil bohemio de esos días, década del 80’, de noche era lisa y llanamente un mercado de carne. Se desplazó de los locales más llamativos, hasta el extremo de una calle donde halló las tabernas y salas de fiesta más estrafalarias y paupérrimas.

Sobre suelo de tierra y entre las paredes de una casona antigua, chulos de mala tachadura medio borrachos y drogados, le miraron pasar susurrando entre dientes con disimulo. Algunos vagabundos daban tumbos por las aceras, otros fumaban porros dejando que el aroma diera vueltas al alcance de cualquiera. Bajo la luz violeta del interior, aguardó que los alborotadores esperasen el inicio de un nueva ronda de bailes de dos niñas semidesnudas; una mulata y la otra de rasgos indígenas, que no sobrepasarían los doce o trece años. Jugadores con pinta de duros, brazos tatuados y cicatrices diversas, tiraban los dados en un rincón formando un semicírculo con billetes entre los dedos.

Parecía un planeta recién descubierto y sin explorar. Netamente era una sociedad que se regía por reglas distintas a las normales. En aquél mundo, donde nadie juega limpio los semejantes entre sí se buscan para formar alianzas, dependiendo de qué lado sopla el viento. No era difícil de entender; eran sus maneras de no conceder ventajas, porque quedarse estáticos significa permitir que el enemigo tome la iniciativa. En un minuto podían perder todo lo ganado fuera la reputación, dinero, drogas, la libertad o la vida misma.

Cada dos o tres locales había un bar de interiores lúgubres y mal iluminados, que igualmente arrojaban por la ventana o la puerta un torrente de música pop o caribeña, provocando además animadas charlas a gritos. En otro bar con una banda de música romántica y un guitarrista estrella, tocaban tan de prisa y tan fuerte como podían hasta que los clientes y las mujeres, acababan yendo o viniendo desde los reservados cada vez más borrachos, más drogados y con cara de cópula reciente.

Le tocó ser testigo de un par de peleas. Cuatro policías entraron a un bar con las porras en la mano, pegaron a destajo a la concurrencia sin importar a quién, excepto el barman y las camareras, y cuando se cansaron de repartir palos se llevaron a dos hombres y una mujer esposados, dejando un reguero de cabezas rotas, narices sangrantes, quejidos de dolor y una estela de insultos.

La Garotinia no permitió que ninguna otra mujer se acercase a ellos. Por mucho que estudiaba su cuerpo, siempre pensaba que no estaba nada mal: linda de cara y con curvas suficientes para no pasar desapercibida. Era todo lo divertida que puede ser una puta dispuesta a ganar dinero. <<Eu te amo>> repetía ella. <<Y una mierda pensaba >>.

Suena bonito que te digan que te quieren, pero una voz interna le cantaba que mejor siguiera no creyéndolo. Lo cierto, es que lo primero que le atraíjo de la joven fue su desparpajo. Cuando se cansó de mirarlo como si fuera una estrella del baloncesto americano, lo fusiló a preguntas: Por qué se había enrolado como marino, si le gustaba, si era casado, qué pensaba hacer cuando terminase con el contrato, qué cuándo se iba de regreso a casa…

Una hora después mientras hacían el amor en un motel, ocurrió algo extraño. Notó que ella se envaraba como una fiera y se esforzaba por mantenerse rígida. El asunto le pareció divertido, entendiendo que lo hacía a propósito. Y a propósito como un juego comenzó a moverse muy lentamente dentro de ella, buscando retardar el orgasmo cuantos minutos fuera posible, mientras contaba mentalmente los clavados de uñas porque luego contaría los arañazos con el culo frente a un espejo, hasta que llegó un momento en que la joven perdió los nervios, y le eructó en la cara un grito de entrenador de fútbol denigrando a sus dirigidos:

– ¡Goza logo, goza ya!

Miró su semblante asustado, y vio que sus ojos no se cerraban, que sus sentidos no arrastraban su conciencia, que su conciencia sólo rezumaba el placer de la cópula y que sus pensamientos ya no le pertenecían. Aquella mujer, descubrió, follaba con odio. Cayó en la certeza que quería convertirlo en un acto de violencia, que quería atacarle como si sólo anhelara machacarle.

Al mirar su rostro otra vez, comprendió algo terrorífico; que tenía sexo con una especie de psicópata; que su deseo sexual era también un deseo de hacer daño y ser dañada. Había llegado involuntariamente, a un punto donde se estaban abriendo otras puertas mentales cuyos umbrales a oscuras, conducían a otros pasillos que desembocaban en cualquier parte donde no hay entendimiento ni fronteras definidas entre el placer, la lujuria, la ira, y el dolor. Como último recurso, pensó que no tenía por qué sentir lástima; después de todo era un marino de paso y ella una puta. Fue entonces cuando ella le arreó un bofetón.

– Más fuerte, la desafió.

Volvió a golpearlo con la mano abierta. Nada mejor que un buen bofetón para hacerle hervir la sangre y esta vez le devolvió el golpe.

Poco le bastó para arrepentirse enseguida aunque fuera excitante. Había un juego de poder y sumisión, pero se obligó a detenerse. <<No, no. No soy así>>, pensó.

Siguió follando como un energúmeno y reaccionó a lo bruto embistiéndola con rabia, cuando lo único que quería era vaciarse. Volvió a sentir las uñas rasguñando su espalda como si escalara un muro.

– ¡Así! ¡Sí, sí! ¡Hoouu, aah, vocé es un campeeeooón! Vociferó con el cuello estirado a tope en plena ebullición.

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