En sus trazos hablan las pisadas del alma, que sin pensar manchan su fachada. Al andar en ella pienso que no encontrare calle parecida en la que otra cuente su historia con solo caminar sobre ella. Se siente que, aunque no solo alegría vive, no hay otra que también grite…

Su sutil dureza marca la severidad de vidas que sin cama suavizan su más firme estructura. Paños de acero se vuelven suaves al toque de lágrimas que en alegría o llanto brotan de la chica que con prisa anda sin voltear su mirada al hombre que en la esquina mira asombrado a su amada. Pensé que no podía describir cómo los recuerdos de la infancia se volvían reales al mirar aquel árbol añejo que ofrece refugio a los cantantes voladores, que sorprenden con su canto en las mañanas frías, ayudante de escondidas y torre de fuerza. Corrían sin preocupación alguna los niños que imaginaban un río en ella y con palos y tablas navegan los caudalosos ríos, en ella se vivieron historias de guerra, infantes rescatando a su príncipe, un peluche al otro lado de la calle sentado en una banca de madera protegido por valientes soldados que con sus vidas defendían.

En la ventana asomaba orgullosa, la chica de cabellera negra como la noche, larga y hermosa, de piel canela, brillaba como la estrella que alumbra la opaca calle. Con vigor y asombro la admira aquel caballero que cruza de acera junto al árbol añejo, que enamorado mira a su deslumbrante cielo.

No podre olvidar como la calle se vestía de adorno en festividades, cuando las familias unidas celebraban en medio de ella, llovía y soplaban los fuertes vientos, pero sin medidas las personas seguían cantando y bailando debajo de ella, como si no tocara ni mojara alguna prenda.

Tiempos pasaron, pero su alegría seguía, ella sin joyas encima contaba la historia de algunas caídas. y aunque sin voz decía, que solo trataba de estar viva, en ella sucedían más de una sola historia verídica. Amantes solían tomar sus manos sobre aquella alfombra, recta y sin quebraduras, ella acogía a más de una herida.

Carruajes, carros y buses pasaban sobre ella, marcando la evolución de una crónica, y aunque no solo yo viva, los vecinos con alegría decían que no había calle más linda, que en aquella que sin ruido grita.

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