Hasta nunca, Lucía.

Hasta nunca, Lucía.

Claudia García

09/09/2018

¡Lo que me faltaba! La maldita campanilla retumbó con fuerza haciendo que todos volvieran la cabeza hacia la entrada del café.

–llegas tarde.

–¿Y qué querías que hiciera? No tuve de otra que esperar hasta que a mi madre por fin le diera la puta gana de irse donde la abuela.

–¡Quién te oye! Como si tu madre alguna vez hubiera sido impedimento para que dejaras de hacer lo que has querido.

–Pues ya lo ves. Hoy me tocó hacer de la chica buena, mientras tú…

–¿Mientras yo qué?

–Nada…

–No, termina lo que ibas a decir.

–No… ¿para qué? Mejor deja así.

–Ok… ¿Vas a tomar algo?

–Pues sí; tengo sed.

–¡Oye!

La mesera le hizo un gesto a Lucía pidiéndole que le diera un momento; estaba atendiendo a una pareja al fondo del local. Mientras Lucía mantenía su mirada en la joven mesera (como siempre hacía cada vez que alguien llamaba su atención) no pude evitar mirarla. El cabello recogido siempre le había sentado bien, y su cuello, ¡Dios! siempre tan hermoso; y qué decir de las candongas que adornaban sus pequeñas y bien formadas orejas. Si, Lucía era muy bella (a pesar de lo cabrona que a veces solía ser) y, muy a mi pesar, tenía que reconocer lo difícil que era dejar de admitirlo.

–¿Te gustan?

–¿Qué cosa? – Me sentí pillada; seguro que mi cara no pudo disimular el impacto del vistazo que le di y la admiración que aún sentía por esta idiota.

Lucia me sonrió, con ese aire de suficiencia que tanto odiaba.

–Las candongas, tonta.

–Ahhh si, te sientan bien.

–Pues obvio que me deben sentar bien, pues tú misma me ayudaste a escogerlas.

No lo recordaba. Lucía seguía sonriendo. Y yo, rebobinando ¿Cuándo fue eso?

–No lo recuerdas ¿verdad? –Su sonrisa fue perdiendo fuerza.

–La verdad, no… ¿Cuándo fue?

–No importa.

Lucia tomo su taza de té y lo revolvió con la cucharita antes de tomar un pequeño sorbo; aunque, se notaba, que el té no necesitaba más vueltas. Era evidente que no quería mirarme.

La mesera llegó a tiempo para librarme de ese instante de mierda perdido en el limbo.

–¿Qué te gustaría ordenar?

–Humm ¿Qué tienes frío? –¡OMG! ¡que ojos tiene esta chica!

La mesera me miró, sonriente, mientras su linda boca fue enumerando varias opciones; que instantáneamente fui olvidando mientras seguía inmersa en el azul de sus ojos. Al final, me di cuenta que ella llevaba varios segundos callada esperando mi orden. Decidí ordenar lo último que me nombró de la lista. Se marchó y yo me volví hacia Lucía, que me miraba con suspicacia.

–Mejor no digas nada. Total, tú ya le habías echado el ojo ¿no? – Lucia ensanchó su sonrisa y yo, no pude evitar sonreír, un poco. Estaba jodida ¡las mujeres bonitas hacían conmigo lo que el chocolate caliente al queso!

Lucía corrió la tasa de té hacia un lado y sacó de su bolso un cigarrillo electrónico, su móvil y un sobre.

–Quiero hablar contigo de algo que aún no hemos definido; creo que este puede ser un buen momento para hacerlo.

Venga con lo mismo. ¡Que pesada que era esta Lucía cuando se le salía lo trascendental y la bobería de quererse hacer ver como la mujer madura!

–Dale. Si toca que sea hoy, pues qué le vamos a hacer. Pero no te extiendas mucho, please.

–No seas infantil. Sabes que tengo razón, así que no hay necesidad de que te pongas tonta. –abrí un poco la boca para replicar, pero decidí dejarla que soltara su rollo y así salir rápidamente de ese tema.

Lucía tomó su cigarrillo y aspiró tanto como pudo. La luz roja de la punta se mantuvo encendida una eternidad. La mesera se acercó y puso al frente mío la bebida fría que le pedí. A mi nariz llegó algo hermoso, pero me lo guardé.

–No quiero que esto se nos vaya de las manos. No quiero tampoco que esto nos lleve en un viaje sin retorno. Aunque, como lo has planteado, es muy posible que eso pase.

–Ya no depende de mí, Lucía; tú me llevaste a esto.

–¡Yo no te llevé a ninguna mierda! –tomó aire tratando de disimular el rubor que encendía sus mejillas–. Nunca pensé que lo nuestro fuera a durar más de lo que vivimos esa tarde que nos conocimos: cuando nos refugiamos de la lluvia, en ese café ¿Te acuerdas?

–Vagamente, sí.

–No me digas eso ¡Cómo podríamos olvidarlo! algo tan mágico, tan sublime, electrizante. Y de eso, ya cinco largos años.

–La verdad, si –le reconocí–. Fue un día donde todo fluyó y se hizo cómplice. Un día como ningún otro donde la lluvia, el vino y tu sonrisa hicieron el resto. Un día como ninguno en la vida, es verdad. El día que me decidí, después de estar tanto tiempo sola, por una mujer que bien podría llevarme unos diez años. Pero no me importó, no me asustó: no me intimidó en lo más mínimo.

­– A mí sí. Era mi primera vez con alguien tan joven.

–Y tan hermosa.

Lucía sonrió, con dulzura. Yo no. No tenía más azúcar en mi corazón.

–Sí, tan hermosa, como ningún otra.

–¿En serio? ¿Más que la mesera?

–A ver, yo…

–¿Más que la tonta de la agencia, o que la cajera del banco?

–Espera…

­–¿En este sobre está lo que acordamos?

Lucia endureció su rostro y me miró con ojos brillantes asintiendo con la cabeza. Miré sin pena el contenido del sobre y me levanté para marcharme guardándolo en mi mochila. Saqué la USB con las fotos y los videos, y se la pasé.

Lucia la tomó tratando de rozar mis dedos. La rechace con brusquedad tumbando mi bebida sobre la mesa. La mesera se dio cuenta del desastre y vino con prontitud a limpiar.

Lucía y yo nos miramos fijamente por encima del brazo de la mesera sintiendo (ambas) el suave aroma que emanaba de su cabello y de su piel.

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