Las tal vez extraordinarias aventuras de Timmy

Las tal vez extraordinarias aventuras de Timmy

Daniel Prior

27/07/2018

Timmy se encontraba ya en ese camino frondoso. A fuerza de haber sufrido tantas pesadillas durante su vida, se vio obligado a aprender a distinguir cuándo se encontraba en un sueño.

Para empezar, no conseguía recordar cómo había llegado allí, eso ya era un indicio. Tampoco recordaba lo último que había hecho. Aun así, decidió echar un vistazo a su alrededor: se encontraba en un paraje salvaje caminando un sendero. Aunque más bien no caminaba, sino que sus piernas le obligaban a moverse, como si tuviesen vida propia.

Tiró de su truco de toda la vida para determinar si estaba dormido o despierto. Como a la gente en un momento dado le empezó a mosquear que se pellizcase sin venir a cuento, él aprendió a morderse la lengua con el mismo objetivo de sentir dolor. Esto hizo y efectivamente sintió dolor. Esto le dejó descolocado. Mientras “caminaba” con asombro, su pierna fue a dar de lleno con una zarza al borde del camino. Entonces no le cupo duda de que aquello sí era dolor, y de que no estaba soñando.

Siguiendo el camino, aparecieron dos caminantes en dirección contraria a la suya. Eran dos hombres de mediana edad, uno algo más joven. Sin saber por qué dio por hecho que eran hermanos, y sin tampoco saber por qué, saludó al mayor:

—Hola, soy Timmy.

—Hola Timmy, nosotros somos los Caminantes —contestó el mayor—. Supongo que tendrás muchas preguntas, pero el tiempo apremia, así que escucha: pronto tendrás que hacer frente a la mayor decisión de tu vida. Recuerda mis palabras: coge la puerta de la derecha.

Timmy quiso seguir hablando, pero ni él ni los Caminantes habían dejado de andar, de modo que la conversación terminó ahí mismo.

Siguiendo su periplo, Timmy se encontró a una anciana, ella andaba muy lento, y por algún extraño motivo esto hizo que sus piernas bajasen el ritmo.

—Hola. —Se limitó a decir Timmy, dando por hecho que la anciana ya le conocía.

—Hola Timmy, yo soy la Anciana del Camino. —Era una mujer con el pelo cano y visiblemente desmejorada por la edad, pero aun así se notaba que cuidaba su aspecto.

»Timmy, ya sé lo que has hablado con los Caminantes. Escúchame, tienes que coger la puerta de la derecha, es muy importante.

—¿Pero por qué es tan importante? ¿Y qué hay en la puerta de la izquierda?

—Tras la puerta de la izquierda hay dolor, muerte y destrucción.

—Pero…

La anciana ya se estaba alejando.

El sendero se estaba volviendo más sinuoso y mucho más frondoso por momentos. De pronto las piernas de Timmy ya no daban para atravesar la maleza, la cual se fundió en una sombra de la cual se formó la figura de una mujer de unos treinta años, pelirroja, sin arreglar aunque de gran belleza, a la cual contribuía su melena rizada que le llegaba hasta la cintura. Iba totalmente vestida de negro, lo que contrastaba con su palidez.

—Hola… —dijo ella—. Soy la Bruja Oscura. Vengo a decirte que cojas la puerta de la izquierda.

—Pero me han dicho…

—Sé muy bien qué te han dicho: muerte, destrucción, bla, bla, bla. Y no mentían. Pero yo tampoco miento. De hecho hay algo muy superior a nosotros que nos tiene prohibido mentir por estos lares.

—¿Y por qué iba a fiarme de ti? ¿Quién se fía de alguien llamada Bruja Oscura?

—Las apariencias pueden engañar, Timmy, yo no elegí mi nombre. Pero dime, ¿no soy la única que se ha parado a hablar contigo?

»A veces no sé ni por qué me molesto.

De pronto Timmy se vio en el lugar donde había estado la Bruja, sólo que seguía caminando de frente.

Llegó al final del camino, y allí le estaba esperando un hombre mayor vestido de blanco, sólo que su túnica llevaba rebordes de hilo de oro.

—Hola, ¿quién eres?

—Soy lo que hay antes del final del camino, el Mago Dorado. Ya has hablado con la Bruja, ¿no es así?

—Sí…

—¿Y qué piensas hacer?

—¿No vas a decirme que coja la puerta de la derecha?

—Te voy a decir la verdad, y la única verdad es que tú eres el único que puede tomar esa decisión.

El Mago le señaló donde se encontraban las dos puertas

Timmy ya no sabía si le seguían gobernando sus piernas o por fin andaba por sí mismo, lo único que sabía era que estaba ante dos puertas de rejas metálicas negras idénticas, una a su izquierda y una a su derecha, que era la mayor decisión que iba a tomar en su vida y que la única persona que le había aconsejado que tomara la de la izquierda era una tal “Bruja Oscura”.

“¿Quién se fía se una bruja?” fue lo último que pensó antes de cruzar por la puerta de la derecha.

La puerta se cerro tras de él.

Ahí no había nada.

FIN.

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