MI VIAJE A LAS GUABINAS

MI VIAJE A LAS GUABINAS

angel jesus

13/06/2018

Muy de madrugada salí de mi casa para dirigirme al Terminal La Bandera, de Caracas, Venezuela. Al llegar habían allí distintos buses que iban para otros sitios de la geografía nacional, pero yo iba específicamente para Barquisimeto, estado Lara, con el fin de tomar allí otro transporte que me llevaría a un punto llamado Santa Inés.

Muy animosamente nos montamos mi novia y yo en un expreso bastante moderno, con baño incluido en el mismo bus, con asientos reclinables y servicio de películas y DVD.

Mi amada iba vestida elegantemente con unos pantalones Blue Jim, una camisa roja y zapatos deportivos, aunque esta es una vestimenta clásica para viajar, ella siempre le lucía lo que se pusiera. Cargaba también una gorra con visera y sus lentes oscuros para el sol. un bolso completaba su equipaje

Arrancamos y salimos de Caracas, es increíble la cantidad de terrenos desocupados que hay en toda la extensión de la carretera, unos son para agricultura y otros se ven propensos a la ganadería. Así al final de Valencia tomamos la carretera que va de Nirgua vía Barquisimeto. Es ésta una vía sumamente complicada, aunque es ancha, llegan momentos en que vemos encima de nosotros grandes gandolas que circulan por allí a toda velocidad.

Al fin llegamos a la capital del estado Lara y en el mismo Terminal tomamos un bus más rústico, más pequeño y sin ninguna comodidad, el cual nos adentró en las fronteras del estado Lara con Falcón, pasamos múltiples curvas, insondables abismos y allí si hay que estar con los pies bien puestos para sortear los peligros de esta carretera de doble vía, sin embargo los choferes que por allí circulan son expertos en el volante.

A las dos horas ya estábamos en Santa Inés, pequeño cacerío con una bomba de gasolina, una iglesia católica y cantidad de negocios de comestibles. Tuvimos que irnos en dos motos porque los vehículos de doble tracción estaban malos. Yo iba en una moto y mi novia en otra, pero ella parecía que viajaba muy a gusto, en cambio yo estaba completamente varado encima del vehículo de dos ruedas, a tal punto que no podía ni moverme y como esta es una carretera de tierra, me parecía que la moto se volteaba y caíamos sin ninguna protección, sin embargo, después de dos horas de viaje llegamos al río Las Guabinas y hasta allí nos llevaron las motos, debíamos pasar el río a pié porque estaba algo crecido.

Se me acercó un joven y me dice que me tengo que quitar los pantalones y quedar en interiores y a mi novia que debe ponerse un short para poder pasar el mencionado conducto de agua.

Lo hicimos y con nuestros enseres en la cabeza, agarrados de una rama jalados por un joven nos adentramos dentro de la corriente, que aunque no es tan fuerte nos hundimos más arriba de la cintura, nuestros pies pisaban muchas piedras en el fondo y llegamos a la orilla, donde había mucho pantano. Nos vestimos y continuamos viaje a pié por una carretera de tierra con grandes abismos de lado y lado, por ellí no circulaban carros debido al tiempo de lluvias.

Una hora después nos encontramos en un paraíso vegetal, siembras y cercados con ganado a cada lado de la carretera, grandes árboles con mango, cambur y algunas otras frutas se nos ofrecían para deleitarnos con su sabor tropical.

Al fondo una casita, luego una Iglesia que pertenece a la Devoción de Jesús, María y José, allí entramos y rezamos un rato y ya en la puerta nos esperaban los habitantes de la casa, nos saludaron y pasamos a la vivienda, la cual era una rústica edificación de bahareque, una especie de pantano que al secarse con el sol se vuelve tan duro como el cemento.

Entramos y en la sala habían varias hamacas, yo me acosté en una y mi novia en otra y al rato estábamos dormidos, luego de un buen sueño, nos dispusimos a bañarnos para cambiarnos de ropa y comer. El baño no era otra cosa que dos láminas de Zinc que tapaban hasta la mitad y el agua estaba depositada en un gran envase de 200 litros, de la cual uno la sacaba con un receptáculo y se la vaciaba encima, pero como hacía calor, aquello se sentía delicioso.

Afuera, cantidad de pájaros cantaban mil melodías mezclando sus trinos en una melodía inolvidable, los perros como no nos conocían nos ladraban y una cochina con su tiara de hijos salió corriendo hacia el monte con su característico refunfuñar. Estábamos en el paraíso, lejos de la civilización y rodeados de todos los detalles de la Creación.

Nos adentramos en la casa y en unas rústicas sillas frente a una improvisada mesa nos sentamos a comer arepas con tortilla de huevos recién puestos, queso con su olor penetrante, aquello era maravillosos, los chiquillos de la casa nos miraban sin parpadear y sus sonrisas de admiración nos arropaban.

Después que comimos dos dirigimos hacia un gran árbol de mango y nos sentamos en unas rústicas sillas, a lo que lo hicimos se aparecieron como de la nada cantidad de gallinas que pedían su alimento, la dueña de la casa nos puso en las manos granos de maíz y se los arrojamos a las aves, las cuales hicieron una gran algarabía para pelear por su alimento.

Estuvimos largo rato conversando con estas bellas personas, que con gran cariño nos contaban sus vidas y preguntaban por la lejana Caracas, la cual para ellos era un sueño perdida en la lejanía, los niños ya estaban todos sentados en el suelo mirando y riendo.

Que maravilloso era aquello, aquel verdor, las aves, las gallinas, los niños, las personas, aquel cielo azul. No sabíamos que con el tiempo todo aquello quedaría en el recuerdo y tomamos muchas fotos, para verlas en nuestros minutos de asueto con nuestras familias alrededor de nosotros.

En la noche cada quien en su hamaca y al otro día el regreso.

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