Entramos corriendo a nuestro hogar, mirando hacia atrás, con el ocaso de fondo y la magna noche cayendo a nuestras espaldas, implacable. El sonido infernal de la sirena me agobia y deprime. Es el “toque de queda”.

Debemos entrar a casa, llamo a mis hermanas menores. Es peligroso quedarse afuera, las patrullas arrasan con el lugar, no importando las consecuencias, no les interesa la parte humana, llegan, devastan, rompen, allanan, secuestran… se van. Arrasan. Matan. Te llevan y es solo una viaje de ida.

Tomo la mano de mi madre, ella la aprieta con fuerza. –Trae tu pelota, entra rápido–.

Obedezco. Las “chanchitas azules” se ven en el horizonte. Se respira un ambiente pesado, estresante, repulsivo. La represión y la depresión ganan terreno y el terror se apodera de familias enteras, familias las cuales sólo sobrevivirán en el recuerdo de algunos pocos… “In memorian”.

Se remueve la tierra cuando pateo esa pelota hechas con medias rasgadas, ya gastadas de mi “vieja” y mis hermanas, no hay para una de cuero, es lo más parecido. El juego y la risa entre mis amigos es lo que me evita ver una cruda realidad que azota a un país entero. Se disfruta ése mínimo momento, ya que no sabremos si lo volveremos a tener. Cruda realidad. La violencia está instalada en cada metro de mi ciudad, y mi polvorienta calle no se salva de ella. Levantamos la tierra cuando suena la bendita sirena, a las 19 horas, puntual. Polvo por salir corriendo para refugiarnos en nuestro hogar. ¿Libertad? No, eso era antes. Sólo queda el sentimiento de, la sensación.

–Todos adentro–, grita mi madre. Grita sí. Su voz es un eterno alarido de desesperación y miedo… ya son muchos desaparecidos.

–Nos vamos– susurra mi padre a mi madre, en la comida, en la cena. Sus palabras cortan el aire. –Mañana nos vamos, conseguí los boletos de avión–. Perplejidad, duda, atención, quizá esperanza. –A España, la madre tierra, ahí empezaremos de nuevo, más posibilidades, otras oportunidades, mucho más tranquilo–.

Mi madre asiente.

En la maleta se esconde la pelota vieja de trapo, quizá esa misma circule por varias calles de esa tal “Patria” a la que vamos. No sé qué lugar será, pero sé que es un gran cambio. Una lágrima corre por mi mejilla, soy chico, pero sé lo que pierdo al irme, pero también soy grande, sé lo que gano al irme, al irnos.

Mi calle ya no es segura. No me dejan más estar sólo, afuera, para, simplemente, ser niño.

Suena la sirena. Aturde, eriza… estremece. Las pupilas se dilatan y los nervios crecen, veo el miedo en los ojos de mis padres, soy grande para entenderlo y chico para también sentirlo. Afuera rugen los motores cual leones hambrientos, las patrullas sorprenden al barrio. Ruido de sirenas, frenadas, corridas, gritos, balazos… silencio.

Lo peor es el silencio. Te envuelve, te lleva. Te despierta a mitad de la noche, sudando, con la respiración entrecortada, gritando. Miedo.

Una lágrima surca mi rostro, llega hasta mi mandíbula. Cae. Aprieto con fuerza mi propia mano dentro de mi bolsillo. Cierro los ojos y me apoyo contra la pared.

–¿Señor? ¿Se encuentra bien?–

–¿Eh? Ah, sí. Gracias. Son muchos recuerdos que…– Me quiebro.

Un llanto ahogado hace temblar todo mi cuerpo, una sensación gélida recorre mi columna. Hacía mucho tiempo que no la percibía. Nunca me olvidé de ella. Inspiro profundo, expiro de a poco. Levanto mi rostro ya viejo hacia el sol, me quedo dos segundos, respiro lento. Los recuerdos me agobian.

En aquella esquina se llevaron a mi padre, nunca más lo vi. Nunca llegó al avión. En éste cordón de la vereda mi madre se sentó, cabeza entre las rodillas… buscaba el pedacito de corazón roto. Un charco de lágrimas quedó entre sus pies. Hoy descansa, sí, al fin descansa.

–La pavimentaron–. Comenté en susurros.

–Hace años, si– Me contesta el hombre a mi lado.

–Quedó bien–.

–Después de la Dictadura cambiaron muchas cosas–.

–Puede ser, pero el corazón tiene memoria–.

Saco de mi mochila la vieja pelota de trapo, la hago correr por esa calle la cual antes era de tierra, ahora pavimentada. Dejo una flor en ése cordón. Dejo un trozo de mi vida.

Abro los ojos y reveo por última vez ése lugar que me vio crecer, y también me vio morir. Me doy media vuelta y vuelvo por mis pasos. Vuelvo a la que ahora es mi “Patria”. Por el rabillo del ojo miro a esa cuadra, parte de mi infancia que me parte al medio. Muchos recuerdos. Me voy con mi madre… y mi padre. Estén donde estén. La pelota de trapo continúa su trayecto en la bajada.

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