Llega a Chamartín a la carrera. Jadeando. Está hecho polvo y tiene que escupir toda la mierda que le ahoga.Ultimamente se cansa enseguida, y más, si tiene que arrastrar la puta maleta que lleva consigo. La estación parece una casa de locos. Viajeros que van de acá para allá, buscando en las pantallas las llegadas y salidas. Su AVE para Barcelona ha salido hace diez minutos. Una putada. Chebal maldice el mal tiempo. Maldice la lluvia y los atascos. Por su culpa ha llegado tarde. Siempre que llueve, el tráfico de Madrid se jode y es un caos.

El siguiente tren sale en cincuenta minutos. Trata de tranquilizarse. Al fin y al cabo no puede hacer otra cosa. Para pasar el tiempo comprará «El País» y comerá algo en el bar, pero antes mira su maleta, quiere asegurarse de que no se sale nada. La sangre es lo que tiene, que es muy escandalosa y llama la atención. Parece que todo el mundo la ve.

Mientras espera el sándwich, observa el trajín de la estación. Niños que juegan a policías y ladrones. Pum, pum, pum, dispara el bueno, pero los malos no caen. Como en la vida real. Un ciego vende cupones de la ONCE. Un cojo muy gordo, pide limosna apoyado en su muleta. A pocos metros una mujer mira un escaparate. Chebal se fija en ella por qué a su lado tiene una maleta igual que la suya. Curioso.

La mujer está de espaldas, tiene el pelo castaño y proporciones correctas. Chebal deja el sándwich y apura la cerveza. Se aproxima a la mujer con disimulo y examina bien su maleta. A veces hay casualidades y esta es una de ellas, las dos maletas son iguales. La idea surge de pronto, si pudiese cambiársela no tendría que arrastrar la suya con tanto peso y el temor a un escape de fluidos. La decisión está tomada, le dará el cambiazo. Pero tendrá que darse prisa, el tren de la mujer puede salir en cualquier momento.

Chebal es un hijo de puta, pero hay que reconocer que le gusta hacer bien las cosas.

Descuartiza a sus víctimas con esmero, con precisión de cirujano. Le gusta hacerlo. Luego introduce los trozos en bolsas herméticas para después llenar una maleta sin que queden huecos. Siempre compra maletas de características parecidas. Al final, solo queda deshacerse de ellas. Es la parte del trabajo que más le jode.

A las dos primeras las envió de viaje, una a las islas Fidji, y la otra a la República Dominicana. Fueron sus últimos viajes. Lo malo de las empresas de mensajería, son las tarifas, pero para estos casos son cojonudas.

A la tercera la dejó en la terraza de la casa donde vivía, por supuesto, bien guardada en su maleta. Allí nadie subía. Estaba llena de mierda, cagadas de palomas y antenas de televisión. A la cuarta la metió en el trastero de un vecino que tenía la cerradura estropeada. Así se ahorraba los gastos de envio.

Esta es la primera vez que arrastra una maleta como un gilipollas. Piensa dejarla en la estación del AVE cuando llegue a Barcelona, pero aún no ha llegado y ya está hasta los cojones de tirar de la maleta con una muerta dentro.

Hay quien disfruta viendo la televisión, otros hacen crucigramas y otros punto de cruz. Chebal, no. Él disfruta diseccionando el cadáver de una mujer sobre la mesa de la cocina. Conoce los nervios, los tendones, las articulaciones. Puede decirse que es un experto.

Mujeres no le faltan, tiene un don para conquistarlas. Las mujeres pierden la cabeza cuando las hablan de amor. Solo es cuestión de ser pacientes y esperar el momento. Mientras, él puede vivir a cuerpo de rey a su costa. Tarde o temprano, todas acaban poniendo sus propiedades y dinero, a nombre de su «amado». Es el momento que aprovecha Chebal para darles el último viaje. Tampoco es tan difícil.

Chebal piensa en el susto de muerte -nunca mejor dicho- que se llevará la pobre mujer cuando abra la maleta, pensando que es la suya. En caso de que la policía descubra el macabro contenido, ¿qué explicación dará?

La mujer y Chebal siguen esperando. Cada vez falta menos para la salida del AVE y Chebal aún no ha hecho el cambio de maleta. Solo falta que la mujer vaya también a Barcelona.

Después de unos chirridos, se oye una voz. Vías doce y catorce. Parece que la mujer va en otra dirección. Mejor. ¿Y la maleta? Tiene que darse prisa. El cojo que pide limosna anda por allí. Chebal se aproxima a él y haciéndose el distraido da una patada a la muleta. El cojo cae estrepitosamente.

Muchos se ofrecen para levantar al cojo, mientras este suelta obscenidades. Pero levantar a un cojo no es tan fácil, y menos si es gordo como este. Chebal aprovecha el tumulto para cambiar su maleta por la de la mujer. Menos mal.

La maleta de la mujer pesa más que la suya, pero ya se sabe como son las mujeres, se van de viaje y quieren llevarse la casa encima.

Una vez en el vagón coloca la maleta en la plataforma. Ha sido una mañana muy ajetreada y está cansado. Ocupa su asiento. Se siente relajado y duerme hasta que llega a Barcelona.

Confiado arrastra la maleta si fijarse en el rastro que va dejando tras él, por eso le sorprende que la policía le pregunte por el contenido de la maleta. Nada importante, cosas de casa. ¿Y el reguero de sangre que va dejando? No. Esta maleta no pierde sangre. ¿Esta maleta, dice, es que hay otra?

Chebal se queda mudo y ya se imagina el contenido de la maleta cuando la abre el policía.

Es el cadáver de un hombre descuartizado de cualquier manera, a «lo bestia». Y es lo que más le jode a Chebal, que las mujeres no hagan bien su trabajo.

Jesús Oliveira Díaz Playa San Juan, julio del 2018

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