La copa

Había una vez un señor que se compró en el mercado la copa de cristal más hermosa y cálida que jamás podría comprar. En ella bebía todas las noches el agua más fresca y pura que podría jamás pensar en beber.

Cada noche regresaba a su casa y la copa lo esperaba llena de agua pura sobre la mesa, lista para ser bebida. Y el señor bebía complacido y volvía a beber cuanta vez quería y podía. Y cada tarde salía de su casa a beber en otras copas y al regresar bebía del agua pura de su copa de cristal.

Y así fue pasando por muchas copas y regresando siempre al hogar, pero una noche cansado de ver su copa esperándolo llena de esplendor, no la bebió sino que la vació con rabia en el lavabo.

Y así noche tras noche, embriagado con otros licores bebidos de otras copas fue llegando a su casa y arrojando su copa a la pileta con rabia y desdén para tapar su culpa.

Una noche simplemente la arrojó al piso y la desgranó en mil pedazos. Allí quedaron los restos dispersos en el piso y cada noche al regresar despóticamente los impulsaba de una patada y los arrojaba por doquier. Jamás los levantó.

Una mano invisible buscó pegamento y juntando cada pequeño trozo de cristal, los unió con fuerza y vehemencia.

Esa noche al regresar, ya cansado de beber de otras copas y atacado por la melancolía se sintió apasionado al ver su copa de cristal sobre la mesa. Como antes. Como siempre.

La tomó en sus manos y sintió su aspereza, sus resquebrajos como cicatrices tapados con pegamento. Le lastimó la mano algún trozo no encastrado correctamente. Le colocó agua y un pequeño hilillo comenzó a derramarse por alguna vertiente misteriosa. La miró, ya no era su hermosa y cándida copa.

Y cada noche al regresar la tomaba en sus manos para beber a pesar de que se lastimaba.

Una vez más la arrojó fuera de sí pero tanto pegamento la había hecho más fuerte y resistente y ya no se rompió.

La melancolía, los años, el tiempo le hicieron ver al señor que las otras copas eran usadas noche tras noche por otros señores con su misma ansiedad de beber. Pero su copa, no. Ella lo esperaba siempre sobre su mesa y jamás había dado de beber a nadie más.

Entonces una última noche regresó, la tomó en sus manos y quiso beber pero mientras más agua le ponía, más rápido se derramaba y siempre estaba vacía y seca.

Y entonces comprendió: su copa estaba vacía, la tendría eternamente porque así el destino lo había decidido pero ya nunca más le daría de beber agua pura y fresca.

Moraleja: Si lastimas a alguien no pretendas que esa persona vuelva a ser la misma que era antes de ser lastimada.

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