El mundo pesa cuando el día se apaga en ganas de vivirlo. Te gustaría haberlo pasado de largo a través del sueño y no percatarte de que pasó. Pero eso no puede pasar cuando llega un mensaje a tu celular a la una de la mañana que te desvela.

Ella era Aurora, tenía treinta años, una pareja de hecho y dos niños. Su concubino era un hombre de treinta y tres años, más alto de lo común, con un porte serio y una cualidad de sociabilidad, que hacían de él un hombre socialmente bien. Llevaba un uniforme, de esos que dan respeto, y una profesión que lo hacía un trota mundo, por la cual pasaba siempre muchos meses fuera del país. Ella se había acostumbrado a la cotidianidad que esos viajes imponían, llevaba a los niños al jardín de infantes y de ahí se iba a trabajar. A la hora del almuerzo se comunicaba con su pareja, se contaban todo lo que habían vivido, resolviendo las cuestiones de familia. Luego salía del trabajo, pasaba a buscar a los niños, juntos hacían las compras y mientras cocinaba y limpiaba lo volvía a llamar (lo extrañaba).

El mensaje contenía una foto de una pareja riéndose por las calles de Ginebra. Una chica que apenas tendría dieciocho años y el hombre de su vida.

El dolor del desarraigo de los celos la metió en un laberinto de links googleados. El lado oscuro de la vida dormía a veces a su lado, cuando no estaba de viaje. Claro que lo sabía se decía, no lo quería ver. Su cabeza era un agujero negro de preguntas y dudas en el que iba cayendo. Él era el espejo donde ella se miraba, si no estaba él quién era ella.

Fue a despertar a los niños, cantando y haciendo bromas, había que disimular que el mundo se estaba cayendo. Los dejó en el jardín con esos apegos de besos, abrazos, saltos y te extraño, que te hacen sentir la persona más mala del mundo por abandonarlos un ratito y se fue a trabajar.

Cuando llegó al trabajo se dio cuenta que su jefe la miraba de una manera extraña. Se empezó a preguntar que había hecho mal. Todavía tenía que hablar con aquella persona a la hora del almuerzo. ¿Qué le iba a decir? Vomitó todo el enredo de palabras que llevaba dentro. Él sin titubear se lo confirmó, estaba enamorado de esa niña.

Volvió destrozada al trabajo, su jefe la llamó para que fuera a su escritorio, debía hablar con ella. Parece que Aurora no ha hecho las cosas muy bien últimamente y que la empresa había decidido prescindir de su trabajo. Le dieron un cheque con el despido y tuvo el atrevimiento de salir antes para poder llegar al Banco a cobrarlo.

Iba caminando en una nube de confusión, con los ojos grandes, apretando las lágrimas para que no pudieran derramarse. Las personas a su alrededor parecían representar su confusión, veloces y tenues como las luces que ocultan la oscuridad, pero algo la dejan ver.

Pero hubo algo más veloz, una moto, por la calle en la que caminaba, que en menos de un segundo subió y en menos de un segundo desapareció. Como si el día no hubiese sido lo suficientemente denigrante, un desconocido de casco negro y manos largas, le había sacado la poca dignidad que le quedaba, imponiendo una caricia desvergonzada, para él una gracia, para ella la gota que derramó el vaso.

Se dejó caer en la calle, liberando las lágrimas. Un hombre de barba blanca se sentó a su lado y le ofreció su pañuelo.

Ella no entendía, qué podía entender. Qué podía entender si ayer su vida era perfecta, tenía un hombre que la amaba y unos hijos que eran fruto de ese amor.

De a poco se fue calmando y pudo contar algo.

Ella venía de una familia pobre, siempre supo que tenía que dejar el alma en cada cosa que hacía para lograr algo en la vida. Y lo había hecho, había estudiado siendo mamá, se había recibido y día a día se esforzaba para ser tan buena pareja como mamá.

Ese hombre que ahora era tan desconocido como el de la moto, ella lo había elegido. Y ese era el problema. Lo había elegido, había rechazado a muchos porque para ella él era el mejor. Siempre decía que a él lo elegía tanto por su manera de pensar como por la conexión emocional y sexual, que había entre ellos. En este momento estaba todo en tela de juicio. ¿Había valido la pena esforzarse tanto? ¿Se había enamorado de una apariencia y no de un hombre real? ¿Había construido su vida en base a una mentira? ¿Y qué papel juega ella en esa mentira? ¿Ella es real o también era una apariencia? ¿Ella sabía quién era ella? ¿O solo había sido el esfuerzo de ser aceptada por él?

El hombre de barba blanca le dijo, que todos en algún momento nos enfrentamos a la deconstrucción de lo construido. Y que la vida nos estaba dando la posibilidad de construirnos, siendo más sabios.

Ella seguía hablando, casi como si no tuviera interlocutor, mirando la nada.

  • ¿Y cómo se puede ser tan cruel?

El hombre le contestó: en situaciones complejas como esta, solo es cruel aquel a quien se le permite ser cruel. Tenemos la libertad de no mentirnos y ver la verdad, pero nos mentimos de forma piadosa y así vamos tejiendo nuestra tela de araña. Ser más consciente de nuestras decisiones, es el comportamiento ético que libera .

Pero todos nos mentimos, no somos lo suficientemente fuertes para aceptar toda la verdad. ¿Tú qué crees?

Pasó a buscar a los niños. El barón que era el más grande, notó su tristeza y le dijo:

_ Que él era un superhéroe y que siempre la iba a cuidar.

Ella le contestó que ella también era una superhéroe y que su hermanita también pero aún no lo sabía.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS