Castigo de Dios
Allá donde mirábamos, ¡oh, mi amor! el cielo nos envolvía en delicados presentes algodonosos con lazos de porvenires desnudos de tempestades. Nos creímos por siempre dichosos. ¡Tanto nos amábamos! ¡Oh, tanto, tanto! Nuestros ojos enamorados podían alumbrar ciudades con solo pestañear, nuestra pasión podía incendiar los más extensos bosques con solo rozarnos la piel, la...