Ofelia

A veces la tristeza tuvo forma de lluvia
paseando tu alma de bulevar cansado.
A veces, como un perro, enrollado a tus pies,
fingió su última agonía.
En un tiempo te ató a la vida
como a madera oscura tan ávida del fuego.
A veces tuvo alas, pero rabiosa se quedó contigo.
Ahora duerme a tu lado, ya vencida.

PALABRAS

A veces me pregunto
quién convoca palabras
como pájaros raros
a este blanco balcón
de la cuartilla.

Cae la tarde.
Tu recuerdo
es bandada hacia
el poniente.

Qué extraño recordar un abrazo
si es el vacío el marco de tu nombre.

Nada sabe a la ausencia.

Sólos tú y yo,

en la noche,
como dos olas

en una playa ignota.

CARTA

Hoy te escribo estas líneas
a falta del poema que te debo.
Ya sabes mis carencias:
las palabras rimadas
si estás lejos,
aunque sentada estés
en la cocina
leyéndote el corazón
de madrugada.

Yo no sé en qué te fijaste:
si en mi alma hospiciana
o en mis ojos de gato trasquilado.

No importa. Desde entonces,
como lenta caricia de tu mano son los días.

Y ahora que lo pienso,
yo quería escribirte un poema
de amor enloquecido,
pero me salen estas letras torpes,
ateridas, si estás lejos, amor,
aunque estés cerca.

Ya ves:
la torpeza es un gato
también cuando te escribo

NAUFRAGIO

No sé cómo explicarme.
Tal vez si borro mi nombre y mis sentidos.
Tal vez si dejo que la nada, o sea, eso
que linda con mi alma y tu cuerpo,
que busca en la consumación de una pregunta,
como si el fuego que tenemos entre manos,
viniera a darme sólo luz,
sólo respuesta.

Tal vez la nada, el eco que queda tras la sombra.

Tantas veces que te miro a los ojos

Tantas veces que te miro a los ojos
como si en ellos tuviera habitación
y paz de domingo y desayuno en la cama,
si no supiera que llegas tarde a casa,
y dejarás caer tu soledad tan terca,
tan hecha a ti, tan loba sin manada.
Si no pensara en ti como te pienso,
deshaciendo tu risa como único equipaje,
mientras te visto de abrazos
y tú desnudas tu piel para acogerme,
tan náufrago de mí.
Si no estuviera aquí la casa y el tiempo
que alberga nuestras queridas soledades.

Mirabas desde el mar.
Desde las olas levantabas un viento negro
que abrazaba las rocas.

Apenas un instante, todavía en el aire,
soñabas con alcanzar la playa, allí abajo.
Cuánto azul que pintabas se ha teñido esta noche serena.

Recordaste la luz cegadora al borde de la espuma,
y risas y una mano grande que acariciaba tu alegría,
como a un pájaro antes de echarlo al aire.
Y el beso del agua en la orilla,
como una breve y húmeda mariposa.

No recuerdas ahora esa primera vez
en que se entra al mar como en un cuerpo ignoto.

Y ahora mirabas desde el mar,
como sólo pueden mirar los que se mecen
con los ojos abiertos.

Y sentías una extraña dicha
mientras la costa
se alejaba
y el azul te invadía,
como entonces.

Tan difuso, tan lejano el color,
que la niebla esconde sus perfiles.

Como esta ciudad en un noviembre lento,
como hablar desde el sueño a los vivos,
como campanas en un paisaje holandés,
entre el frío y lo verde,
un agua corre por las venas
para decirte que no estás,
y que la pasión te aborda como un recuerdo
de infancia,
porque sabes la mineral quietud de los silencios,
y el nocturno del hueco,

siempre sonando,

siempre sonando.

La habitación vacía y una manta en el suelo

no tengas miedo dale un beso

la voz entonces como en sueños

como ahora

mineral el recuerdo como su piel

como un árbol oscuro

como un árbol talado

la venda es para sujetarle

la besaste

el silencio en una habitación vacía

Lo que sé de la muerte son

mis muertos.

Pero no llega, amor…

A Alejandra Pizarnik

Y te veo sola, en la noche más suave que corre por tus venas

abiertas

mientras pálida vives un último minuto de recuerdos,

una vuelta de tuerca al corazón donde se escuchan todos tus milagros,

mientras la sangre canta, amor, entre lo blanco urgente

y se te va la vida, así, tan demorada, como una tarde triste que

vieras de repente,

y te veo sola, sola en tu cama final de urgente sueño,

«pero no llega, amor, pero no llega»,

y vienes de otros soles, de una precipitada angustia que despeña las

rosas y los vientos,

y te he visto en tu cárcel como una insomne guardiana de la nada,

y se te va la vida, amor,

«pero no llega, amor, pero no llega».

En qué momento tocó tu corazón azul la sombra que ahora invade,

tan blanca,

como marea oscura, como olas que rompen contra tu piel cansada,

mientras la sangre canta, amor, sigue cantando como fiel compañera

de la sombra,

y entro en el cuarto, amor,

y enciendo todas las luces de la vida,

y abrazo lo que queda,

«no debiste venir tan pronto, amor»

porque la sombra es lenta

y tenazmente roja

y seca

y con olor a matadero,

«Pero no llega, amor, pero no llega».

Me gustas cuando bailas

porque estás tan presente,

y me gusta tu cadera

al ritmo de la salsa

ante mis ojos nuevos,

despiertos, vivaces, fugitivos,

siguiendo el movimiento ágil,

motorizado, dulcemente

oscilante,

cual llama

que hipnotiza mi ser,

mi torpe aliño indumentario;

es tanta mi torpeza cuando bailo,

mis huesos se resisten como gatos

al contacto del agua,

pero miro

tu cuerpo, tu cadera, ay,

que casi espejo, casi mar,

de tu sonrisa,

y abandono mis pasos,

y me siento (literalmente),

feliz e inmóvil,

como si amaneciese.

Si me insistes, amor,
más chocolate necesita
la tarta del domingo.

Si me insistes, amor,
azúcar glas para los besos
de este lunes.

Si me insistes, amor,
Nata montada, schsss…
Que se acercan los niños.

Si me insistes amor,
voy a querer saltarme
todos los miércoles de ceniza
para llegar también
a todos los jueves de pasión.

Si me insistes, amor…

Pero qué tonto el calendario rojo de mis afanes.

Abres la puerta
y tus ojos de gata me desvisten.

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