Los viajes de Ismael…

Los viajes de Ismael…

Jeremías Viveros

11/09/2017

Pocas cosas de verdad atraen de manera inagotable… o al menos eso es, lo que creo, que intentó enseñarme Ismael…
Una breve introducción a su persona bastaría con un puñado de adjetivos: Un conformista en cuanto lo material, pero de

insaciable hambre «afrodisíaca»… resalto esta última palabra para aclarar que mi mejor amigo fue virgen en su completa

vida y que con placer me refiero, según él, a la excitante experiencia del entretenimiento bien ideado, organizado y

desarrollado por un director de audiovisuales o redactor de libros. Había saboreado todos los generos en sus diversos

formatos. Empezando desde el ingenio americano hasta la fantasía asiática. De hecho en sus últimos meses de vida se

encontraba estudiando, tal como lo hace un niño frente a un acto de magia, los cortometrajes japoneses y largometrajes

surcoreanos… me hablaba, y escribía, durante todo el día sin perder el entusiasmo. Tantas opiniones y tantas

recomendaciones me habrá compartido… Quizás la única razón por la que le correspondía con una sonrisa al escucharlo,

o leerlo, era ni más ni menos que por su entusiasmo, como si hubiese encontrado una mina de oro aún sin explotar.
Algo que él resaltaba mucho era lo atontado que quedaba por horas al presenciar como un nipón elevaba la fantasía a

otro nivel, o la ardúa dedicación de exprimir hasta la última gota de tristeza a una historia de «kdrama». Siempre que se

le visitaba estaba cómodamente en la sala de estar o en su cuarto reproduciendo series en el ordenador… Quieto, muy

pálido, y casi sin respirar. Hubo un tiempo muy distinto, en el que íbamos a un club, yo era portero y él defensor. Pero

nuestra pasión por el fútbol se fueron a la tumba con nuestros padres. Empecé a conocer mujeres, y él empezó a

conocer autores. Pero nunca perdimos del todo la amistad. Pero fue en cierta visita, la última, en que lo encontré algo

tímido y muy débil… Estaba en su cama rodeado de toallas blancas y siete libros que acomodé en su escritorio,

junto a otros ochenta y nueve más… Según él «96 diferentes formas de viajar lejos de las leyes que nos limitan sin salir

de casa» Su respuesta era muy propia de él, pero su aspecto era escandoloso. Surgerí ir al cine, y para mi alivio, cedió.

Avisé al abuelo, tutor ante el suicidio de la madre, un señor demasiado tranquilo que daba su jubilación como mesada a

Ismael, por suerte mi amigo no era tonto y usaba el dinero únicamente en pagar las facturas.
Mientras caminabamos bajo un cálido sol le preguntaba sobre su futuro… alguna novia, algún proyecto… Nada. Le

formulé preguntas hipotéticas acerca de hijos, casa, empleo… Nada. Tampoco parecía necesitarlos ¿Eso puede ser

posible? ¿Es posible conformarse con sonreir o llorar ante libro o película? ¿Se puede ser feliz así?
Habíamos optado ver una película cuyo título en estos momentos no recuerdo… la eligió él, tanto el director como la

producción reconocía y por ende confió su abundante dinero. Para su buena suerte… el ACV le llegó segundos después de

terminar la película… sonriendo… y ahogado en aplausos de un público extasiado por un aparente final feliz.

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