Lo dejó todo colocado. La muda limpia, el traje azul de bodas, bautizos y comuniones, los zapatos bajo la cama, el bote fresco de colonia en la mesilla de noche, y, junto a éste, las estampas del cristo del Sahuco y la virgen de los Desamparados, a quienes tanto había rogado por este viaje.
No se olvidó tampoco de fregar los platos, arreglar el sofá, pasar la escoba y perfumar todo el salón con ese fuerte y brusco aroma a lejía del todo a cien. Paseó por el patio, puso la comida a los perros, y los acarició mientras sus colas se movían al ritmo de sus manos. Más tarde, se acurrucó en el sillón por última vez y sintonizó Cadena Ser, descansando la vista unos minutos para después volver a la habitación.
Ella ya estaba preparada para el viaje. Con una mano delante y empapada de recuerdos, se tumbó en la cama a esperar que el taxi camino al cielo llamara a la puerta.
Tan cuidadosa, tan atenta, tan pendiente, tan prudente siempre, señora Prudencia.
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