Es sorprendente la cantidad de situaciones, lugares y tiempo que es posible recorrer dentro de un espacio no mayor al que ocupa un modesto portal de entrada a la casa de los abuelos de Nando, no medía más de diez metros cuadrados pero eran suficientes para almacenar todos esos recuerdos, cada uno de los objetos contenía una historia tan interesante como el objeto mismo. Era una tarde lluviosa de agosto, una decepción para todos los niños de 9 años como Nando ya que no podrían salir a jugar entre ellos a la pelota, con la bicicleta, a perseguirse o simplemente a contar historias en el mismo banco de siempre en el portal de la iglesia. Para todos los niños era un fastidio ya que tendrían que cambiar la tarde de juegos por tarde de televisión y eso no presentaba la misma diversión que estar con el resto de la cuadrilla pero Nando no tenía ningún problema con eso ya que el prefería pasar dichas tardes con sus abuelos, sentados en el portal de la casa junto con una taza de chocolate casero caliente y un plato de churros mientras recordaban historias y pasaban un agradable momento juntos.

– ¿Qué hacían a mi edad cuando llovía por las tardes y no podían salir a jugar?- Preguntó Nando a sus abuelos mientras alcanzaba un churro con la mano derecha. El abuelo de Nando no tardó en saltar con una de sus grandes historias, esta vez tocaba hablar de las tormentas que azotaban los campos cuando él era joven.

– “En esos tiempos cuando llovía, las callejuelas se inundaban y no podíamos andar en bicicleta, ¡Eso si es un problema! – Dijo con una mueca burlona.

Después de un sorbo, el abuelo de Nando bajo su taza y continuo con la historia. Nosotros salimos a jugar sin importar la lluvia ya que lo hacíamos de la misma manera que salíamos a trabajar al campo, nada nos impedía pasar un buen momento con la cuadrilla así tuviéramos que ir a buscar parte del ganado de algún pobre hombre que se le escapara a mitad de la tormenta, lo hacíamos juntos. Un verano llovía tanto que nuestra única diversión era ir a la casa de Daniel, su padre arreglaba bicicletas y nos dejaba jugar con las piezas sueltas y sus herramientas siempre y cuando dejaremos todo limpio y en su lugar, pasamos tanto tiempo en ese garaje que los padres bromeaban diciendo que tenían a un puñado de vagabundos viviendo en su casa.

No íbamos a permitir que nuestro verano se viera afectado por el mal tiempo así que decidimos cortar una lancha para pescar pequeña de madera que tenía el padre de Dani en el garaje, ya no la usaban y la madera comenzaba a tener estragos de los festines que se habían dado las termitas por años. Antes de cortar la lancha planeamos, medimos, buscamos las piezas y armamos unos pedales para tener una lancha a pedales para ir a jugar con ella al rio del pueblo que pasaba a un par de kilómetros de nuestra casa, al cabo de una semana ya teníamos nuestra lancha terminada y todos estábamos impacientes por ir a probarla, como nos íbamos a mojar a la hora de navegar por el rio no nos importó mojarnos por la lluvia de camino a él.

La verdadera historia comienza cuando llegamos al rio, los primeros en utilizarla habrían sido Dani y su primo Jose ya que ellos habían sido los proveedores de nuestro nuevo juguete. Al introducir la lancha con mucho cuidado al rio nos dimos cuenta que habíamos realizado una labor digna de cualquier constructor de embarcaciones experimentado, funcionó a la perfección pero el problema fue el caudal del rio que bajaba demasiado rápido y con una fuerza exorbitante por la gran cantidad de agua que había caído los últimos días y fue por eso que Dani y Jose no quisieron subirse. Al ver la cara de tu tío, no lo pensé dos veces y salimos corriendo a coger la lancha para disfrutar del trabajo que nos tomo construirla. Sin hacer caso de las advertencias de los demás, comenzamos a navegar pero la corriente bajaba desmesuradamente así que cansados por el esfuerzo de mantenernos a flote simplemente nos dejamos llevar y acabamos tres pueblos abajo.

-Nando, ¿Por qué no mejor nos cuentas de la escuela?- Dijo su abuela interrumpiendo la historia ya que conocía a su amado y si lo dejaba continuar tendría al pobre niño toda la tarde conociendo la historia de como su abuelo había visitado nueve pueblos en dos días y así fue gracias a la insistencia de Nando por escuchar el resto de la historia. Su abuela ignoraba que precisamente esa era la intención de Nando, varias historias atrás se había dado cuenta que una de las mejores maneras de viajar es a través de las historias de su abuelo al contarlas con tanto detalle y emoción que lo hacían sentir parte de la historia y aunque ya la supiera, la volvía a escuchar ya que siempre había algún nuevo detalle que ayudaba a construir un viaje más completo.

Al darse cuenta de la manera en la que gozaba las historias de sus abuelos, prometió no volver a desperdiciar una de sus lluviosas tardes frente al televisor viendo y escuchando ideas producto de la imaginación de cualquier escritor y de esa manera darse la oportunidad de poder ir a lugares y situaciones inimaginables pero alcanzables a la vez gracias a las memorias de sus abuelos.


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