Han pasado más de seis meses desde que salí de la prisión en la que me había encerrado; ella fue la única que pudo sacarme de ese oscuro lugar. Extendió sus brazos hacia mí, me invitó a sentirme vivo de nuevo, acarició mi rostro y sugirió que podía confiar en ella.

Lo primero que hicimos fue salir corriendo al paraíso que tanto anhelábamos; desde entonces ella no ha dudado en alimentar todos mis deseos, ambiciones y locuras cada vez que puede. En altamar solo podía contemplarla, estaba hechizado por su forma de ser y su belleza. Finalmente y después de superar innumerables odiseas juntos, llegamos a un refugio donde solo se respiraba buena energía.

Después de instalarnos en ese acogedor y temporal hogar decidimos avanzar en el proceso de conocernos; conversamos, cenamos y conocimos todo tipo de valiosas personas mientras compartíamos unos tragos. A eso de la medianoche la magia se sentía con mayor intensidad, la cogí de la mano y la llevé hasta el borde de la playa, pusimos nuestros pies descalzos sobre la arena al tiempo que sonaban ritmos que ambientaban la escena y le iban dando forma poco a poco a la luna.

Cada día en ese lugar era un sueño hecho realidad, al caer la noche el mar nos arropaba, las olas nos arrullaban, el viento nos mecía a la vez que contaba una historia antes de ir a dormir y distraídos lo escuchábamos hasta caer profundos en un sueño del que no queríamos despertar.

El miedo al rechazo desapareció pero el miedo a perderla surgía, porque más allá de los increíbles lugares que conocimos, la naturaleza con la que compartimos, la deliciosa comida que nunca se hacía esperar, la tranquilidad que me embargaba y las experiencias que estaba disfrutando, más allá de todo eso era ella la que le daba sentido y más encanto a todo lo bueno que ocurría.

Al otro día me percaté que en ese momento tenía todo lo que quería, podía comer coco y cualquier variedad de pescados, bañarme en el mar y disfrutar de una aventura diferente cada día con ella. Fue entonces cuando sucedió algo que no podré olvidar por el resto de mi vida: Tenía todo el paraíso frente a mí y yo solo podía mirarla a ella. Era una sensación indescriptible, algo que no había experimentado antes; de alguna u otra manera todo lo que pasó durante esa semana marcaría el inicio de un nuevo capítulo en mi vida, un giro inesperado en la historia, porque ya sabes lo que dicen: “lo mejor llega cuando menos lo esperas”.

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