Cuatro perros y dos maletas

Cuatro perros y dos maletas

La noche se cerraba sobre mi como se cierran todas las etapas de la vida, indefectiblemente.

Me quedaban muy pocas horas para resolver el traslado de mis mascotas hasta el aeropuerto, y ya contaba en mi haber, con un intento fallido por parte de una amiga, que había prometido llevarme. Ahora, no me quedaba otra opción que abrir la cartera, y hacer lo que tenía que haber hecho desde un principio, contratar a alguien. Pero…¿A quién?

Mecha, era un pueblo perdido en las grandes superficies territoriales de Buenos Aires, donde hacia

unos cuantos meses que estaba viviendo. Solo allí se vislumbraban millares de vacas, mis cuatro perros y yo. No se veían personas ni a un kilómetro con binoculares. Hubiese jurado por todos mis ancestros, que

habían sido abducidas, pero era mejor no decir nada al respecto, sino quería llegar antes al manicomio que al aeropuerto de Ezeiza.

En el aire se respiraba esa sensación de que algo estaba pasando, pero parecía ser la única capaz de percibirlo. Camine un hora preguntando de aquí para allá, y nada… Pase por un escaparate, y el clásico de River- Boca estaban empatando. Me detuve unos dos segundos para prender un cigarrillo sin poder lograrlo. Mientras las chispas saltaban y saltaban intentando coger el papel. Pensé en los extraterrestre y me dije: “¡Ya esta! Fueron todos traspolados a la Bombonera.”

Tenía las maletas hechas y los transportines vacíos por toda la sala de estar, que me recordaban una escena patética de “Esperando a la carroza”.

Juanito, Aracena, Sissi y el teniente Huber estaban echados en el suelo del comedor, sin prestarme mucha atención que digamos. Eso sí, olfateaban que algo raro estaba sucediendo, pero como siempre me rodea un aura misteriosa de extraños sucesos del más allá, y hechos insólitos del más acá venidos a menos, mucho no se inquietaron.

Resignada y desahuciada, dí la vuelta a la plaza para retomar el camino a casa. Cuando estaba a unos cien metros, veo a Lorena, mi vecina que me estaba haciendo ademanes. Al acercame, entusiasmada me grito: ¡María!¡María! Arturo te lleva.”

– ¿¡Arturo!? Exclamé y pregunte todo junto al mismo tiempo. Mientras ella me lo confirmaba con una sonrisa, que pronto se le iría desdibujando al verme la cara. ¿Con qué me lleva? Proseguí sin aplicarle antestesia, ni darle las gracias, y Lorena que es muy cabal me dijo, con el auto – ¿Con qué va ser?

… Y para que seguir contando las peripecias de la madrugada siguiente…, sin con vernos ya era suficiente. Arturo tenia un Ford Fiesta bordó modelo, antiquísimo 1880. Salimos a las cuatro de la

madrugada, y debía embarcarme a las 12:30 hs. En el auto íbamos Arturo, Pablo un amigo, yo y mis cuatro perros.

Si algo me caracteriza es por dormirme en los viajes largos, y no es que no me interesen los paisajes, todo lo contrario, lo que pasa es que siento como si fuese una cuna ambulatoria, ese meneo incansable del traqueteo de las ruedas sobre el asfalto. Me relaja de tal manera que solo veo la

bandera de partida y de llegada. Aunque esta vez no pegue un ojo en las cuatro horas que duro el viaje. Pensé todo lo que en mis cuarenta y dos años no había considerado.

Al llegar a destino agradecí al cielo, y todavía me quedaba un vuelo de once horas hasta Madrid.

Al bajar en la terminal uno del aeropuerto de Adolfo Suarez, donde provienen todos los vuelos internacionales, comencé a sentirme más tranquila cuando al abrirse las puertas, lo vi. “¡Ay… Mi

poeta de Huelva!” Él era el culpable. Me había robado el corazón, y sobre todo había sosegado las razones que me decían, que era una locura viajar con cuatro perros y dos maletas.

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