Había soñado ir a París cientos de veces. De forma romántica, claro, ¿como si no iba a soñar visitar París?

Ese verano, recién separada casi sin dinero, y con la necesidad de tirar para adelante, les propuse a mis padres un viaje, en coche, ellos dos, mis dos hijas de 8 y 12 años y yo.

Salimos de Valencia de madrugada, paramos un montón de veces en en las áreas de servicio y dormimos en Nimes para reponer fuerzas y continuar el viaje.

Llegamos a París al día siguiente a eso de las seis de la tarde, cansados pero con mucha ilusión.

Por supuesto, aún no existía el GPS ni los móviles con Google Maps, así que desde Valencia, mapa en mano, conseguimos llegar a París.

Lo complicado ahora era localizar el hotel, pues estaba en un barrio no muy céntrico, así que paré en una gasolinera a repostar y pregunté con mi reducido francés al gasolinero. Alguien desde la oficina me escucho hablar y salió para ofrecerse a explicármelo, incluso Me propuso seguirlo, pues él iba en esa dirección con su vehiculo. Muy contenta le dije que sí.

Cuando salió a la gasolinera, y me vio subir en mi coche cargado de dos niñas y dos abuelos, le cambió la cara, se dirigió a mí y muy educadamente puso una excusa y volvió a su oficina.

Creo que acababa de darse cuenta que su plan para esa noche no era el que él había imaginado, lastima!!! No me hubiera importado en absoluto que me acompañara e hiciera de cicerone esos dias.

A pesar de ese comienzo, Paris resultó encantador, mágico, divertido, sorprendente, amable, luminoso, acogedor…

Me prometi volver, pero esta vez tambien ha de resultar romantico,

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