La mirada nostálgica del filósofo sobrecogió el espíritu del rey siracusano. Peligroso por su afán de reformas, los consejeros de Dionisio el Viejo habían logrado persuadir al monarca sobre la necesidad de deportar al conocido pensador. Fue el mismo Dionisio quien se lo comunicó a Platón. Al hacerlo supo que, junto al filósofo, se perdía también la esperanza de cambiar el destino de su patria.

Mientras, de camino a Esparta junto a otros exiliados, un Platón triste recordaba el desafortunado sino de su maestro. Pero también recordó que la maldad bebía de la ignorancia y que, puesto que la virtud reposaba en el saber, él podía enseñarla. Entonces, el sosiego tomó su alma y volvió a recordar. Esta vez, un lugar bello que años atrás había visitado: el jardín de Academos, situado en los alrededores de Atenas, de camino a Eulisis. Allí, años después, el sublime pensador fundó una de las escuelas de filosofía más famosas de todos los tiempos.

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