Suena la puerta de la oficina.
—¡Adelante!. —Entra un joven evidentemente molesto.
—Buenos días —dice mientras se sienta frente al escritorio.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? —contesta con voz temblorosa el sujeto a cargo. Un hombre algo mayor, ojeroso y de rostro acartonado.
—Estuve aquí hace un par de meses para solicitar de sus servicios.
—Sí lo recuerdo, ¿Cómo le fue con su publicación?
—Por eso estoy aquí —replicó el joven mientras sacaba un grueso libro de su maletín y lo ponía fuertemente sobre el escritorio—. —Anteriormente vine porque necesitaba que me plagiara la Metafísica de Aristóteles y, en vez de eso obtuve un libro original en donde mis ideas aparecen claramente en las hojas de esta porquería. Quería un plagio como se debe y ahora lo que tengo es un montón de críticos y lectores furiosos por presentar una obra inédita. ¿Sabe lo que eso significa? —increpó el cliente mientras golpeaba el libro sobre la mesa.
—¿Qué me quiere decir? —preguntó el viejo.
—Que ahora le impondré una demanda por su incompetencia, así que deberá responder ante las autoridades.
—¡Óigame señor mío!, ¿con quién se piensa que está hablando usted? Soy uno de los más importantes plagiadores que ha parido este país, por mis manos han pasado El capital de Marx, Las Meditaciones metafísicas y hasta las críticas de Kant y usted viene aquí a reclamarme porque supuestamente no sé hacer mi trabajo.
—¡Sí!, eso es lo que digo y ahora tendrá que atenerse a las consecuencias, no creo que el instituto para el que trabaja esté muy contento de saber que entre sus empleados hay alguien que no puede plagiar un simple texto de Aristóteles —decía el cliente mientras esbozaba una burlesca sonrisa.
—A ver déjeme leer eso, a ver si es cierto lo que dice. —El hombre abrió el libro y se dispuso a leerlo mientras se acomodaba los anteojos. El joven lo miraba con los brazos entrecruzados y rostro inquisidor.
El plagiador se dirigió al primer capítulo cuya primera línea decía: “¿Todos los hombres por naturaleza desean saber?”. —Efectivamente así comenzaba la obra, pero no recordaba que tuviese signos de interrogación. Continuó pasando las hojas hasta llegar al capítulo 7 del libro quinto, el título decía: “sobre los múltiples sentidos del ser y uno más”. Nervioso siguió avanzando de página en página, hasta escoger una al azar, en medio del texto se podía leer: “todo ente tiende hacia él, algunos van de espalda”.
—Sí, tiene razón. —Asintió con desgano el viejo mientras volvía a dejar el libro sobre el escritorio—. Es cierto, el texto tiene intervenciones que claramente son suyas, me siento avergonzado y totalmente responsable por esta grave falta. Por favor déjeme remediar esto —decía el hombre mientras anotaba algo en un papel—. Aquí tiene la dirección de alguien que puede ayudarle, es un connotado experto, llévele el libro que él sabrá cómo hacerle callar. No se preocupe por nada que los gastos corren por mi cuenta.
El joven toma el papel, con el rostro fruncido mira a los ojos al plagiador y haciendo un ademán con la cabeza, bruscamente se pone de pie atravesando rápidamente la salida de la oficina.
El plagiador se quita los anteojos, restregándose la cara mientras suelta un suspiro profundo. Con serenidad se levanta de la silla, dirigiéndose hacia la ventana que da al parque. A través del cristal observa una mujer colocando una botella de leche en las manos de un niño, en la acera, un hombre fotografiaba el paisaje, y sentados en una banca bajo los árboles, una pareja de ancianos conversaba ávidamente. El plagiador se aparta de la ventana volviendo a su lugar de trabajo. Al mirar sobre el escritorio, se sorprende al ver que el libro de su cliente aún permanecía allí. Rápidamente toma el escrito y se dirige hacia la salida con la esperanza de dar alcance al joven. Al cruzar la puerta la secretaria interrumpe su marcha.
—¿A dónde va tan rápido señor?.
—Señorita Ana, ¿por cuál pasillo se fue mi cliente?, el que acaba de salir de mi oficina?.
—¿En su oficina?, ¿ahora?, pero señor, si en lo que va de la mañana usted no ha recibido a nadie.

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