​De sentidos y referencias: un diálogo casi filosófico.

​De sentidos y referencias: un diálogo casi filosófico.

El profesor se había introducido en el laberinto árido de la lógica. De alguna manera los alumnos estaban impresionados por el rigor conceptual que desgranaba en sus aseveraciones, la formalidad de sus conjeturas, la racionalidad medida de sus discursos sutiles…

Debemos a Gottlob Frege el habernos proporcionado una de las más profundas meditaciones sobre el lenguaje a través de un sencillo interrogante, planteado en su artículo Über Sinn und Bedeutung (Sobre sentido y referencia) ¿Por qué la expresión A=A es radicalmente diferente de la expresión A=B? La respuesta parece obvia pero envuelve algunas cuestiones que han hecho correr tinta a las mentes más lúcidas y sutiles del siglo XX. Mientras que la primera expresión es tautológica, pura formalidad y aceptable con independencia de todo objeto extralingüístico, la segunda implica necesariamente una correspondencia con un objeto exterior a la expresión misma.

Y continuaba:

– Si decimos que “el lucero del alba es el lucero de la tarde” podemos distinguir por un lado el sentido y por otro la referencia. La referencia sería en ambos casos la misma: el objeto denotado, el Sol. El sentido aporta un valor cognoscitivo diferente e implica una relación diferente con el objeto en cuestión, una manera diferente de aprehender sus cualidades. Podemos imaginar muchas maneras diferentes de destacar propiedades del Sol, variando el sentido pero manteniendo la misma referencia.

– !Don José!

– Dime, Juan

– ¿Pero cómo establecemos la identidad de la referencia consigo misma? ¿Sobre qué base?

– Bueno, es una condición de la existencia misma. Las cosas son iguales a si mismas. Es también una condición lógica del pensamiento. No podríamos pensar sin dicho supuesto. Se le llama Principio de Identidad.

– Pero dicho principio no podría funcionar sin una condición de desdoblamiento, de diferencia entre dos estados que calificamos de diferentes pero a los que atribuimos una identidad de algún tipo.

– Si. Justo eso es lo que llamamos “referencia”. Lo que permanece, lo que no cambia. Es así desde Parménides.

– ¿Pero como distinguimos “lo que no cambia” de nuestra idea previa de lo que no cambia?

– Explícate.

– Lo que quiero decir es que aunque “el lucero de la mañana y el lucero de la tarde” denotan lo mismo no son realmente la misma cosa. No sólo desde la perspectiva del sentido sino de la referencia misma. Porque la cuestión es cómo podemos diferenciar taxativamente una disociación total entre el sentido y la referencia. Si podemos diferenciar entre el sol de la mañana y el de la tarde es porque partimos del imperio lógico del nombre. “Sol es igual a sol” es un dogma del lenguaje, no es una comprobación extralingüística. Podemos definir todas las propiedades con respecto a un objeto que previamente hemos fijado como tal. ¿Pero sobre que base de experiencia? Es tan sólo una suposición, una imputación.

– ¿Pero cómo explicas el hecho de que hables del sol como una identidad que permanece a pesar de sus diferencias, de la misma manera que te refieres a ti mismo como un “Yo” a pesar de tus cambios y postulas una identidad entre los diferentes estados? ¿O, acaso, no lo haces?

– Pero no estamos discutiendo el hecho de que lo haga sino el fundamento real para hacerlo desde el propio análisis. Lo que para nosotros es una “identidad” igual a si misma ni siquiera sería captada como un objeto por otro ser diferente, por ejemplo una mosca.

– ¿Quieres decir entonces que las cosas son diferentes a sí mismas?

No digo eso. Eso sólo sería la otra cara de la moneda del mismo problema. Decir que algo es diferente a sí mismo sólo puedo hacerlo desde el presupuesto de la identidad. Sigo estableciendo un “algo” que es diferente de “si mismo” .

– Pero entonces, aclárate. ¿Qué es lo que quieres decir?

– Esa es la cuestión, Don José. Decir, decir es mucho decir y no decir es también pasarse.

– Sospecho que vas cayendo en un escepticismo muy peligroso, en un nihilismo que supone la aniquilación del pensamiento. Vas por un camino atractivo y seductor pero poco viril. ¡Ten cuidado!

– ¿No hubo un contemporáneo de Frege, también alemán, que decía que quizá la verdad fuese una mujer? Y que en la medida en que hemos sido dogmáticos no hemos conseguido los favores precisamente de una mujer?

– Ese era Nietzsche. Y sabes perfectamente cómo acabó. Todavía está buscando su referencia, su identidad.

– Don José, esa es una falacia ad hominem. Usted es un lógico y no debería…

– Es que los jóvenes me sacáis de quicio con vuestras seducciones, atrevimientos y llamadas de atención. En el fondo es ganas de dar la nota. Un poco más de sobriedad. Eso es lo que se necesita.

– Don José. ¿Puedo recitar un poema?

– Si no se sale del tema.

– Es una Invocación a la Referencia de los Indios de la Pampa

– ¡Vaya!. En ese caso…

– Le va a gustar…

Invocación al Sol

Dame siempre mi cielo azul,

hombre antiguo de rostro iluminado.

Dame una y otra vez mi nube blanca,

alma vieja de cabeza encendida.

Dame siempre tu dorado abrigo,

gran cuchillo de oro por quien

sobre la tierra estamos parados.


– Hemos hecho las paces, Juan. A ti te salva la poesía pero no vayas a aprender lógica con los indios.

– Gracias, Don José. Y disculpe mi atrevimiento pero uno a veces se apasiona con estas cosas.

– Sin pasión no hay aprendizaje…ni enseñanza. Que sería de mí sin ti, Juan. Que sería del hombre sin la mujer. ¡Que cosas…!

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