La idea fue creciendo poco a poco, era un ente oscuro que lo despertaba en medio de la noche, una sombra que lo acompañaba mientras tomaba su solitario café en el bar. Se sentía dominado por una extraña sensación. Con ansiedad comenzó a anotar cuidadosamente todo lo que Norma y él habían ido adquiriendo durante su matrimonio.

De su querida abuela Emilse había heredado un terreno y dos valiosos jarrones de porcelana china. Busco precios en internet, inventó excusas para salir un par de horas del trabajo y recorrer locales, todo quedó registrado en una pequeña libretita. Quería conocer su patrimonio. Quiso saber el valor de la casa, y sí, era mucha plata. En cuanto al auto, buscó los precios en el diario y le gustó que no estuviera tan devaluado aun.

Comprendía que era algo superior a él. Que lo habitaba una sombra insistente que cada noche lo animaba a hacer como que dormía, cuando en realidad sumaba y sumaba en una pequeña calculadora. Luego se decía, una y otra vez, que mucho más valioso que el dinero era tener una buena compañera como Norma y una preciosa hija como Gabriela. Finalmente lo vencía el sueño.

Hasta que llegó por fin el cumpleaños de Gaby, dieciocho años ya. Organizaron una gran fiesta, la casa era grande y además estaba rodeada de un parque amplio donde pondrían las mesas. De la comida se encargaría un equipo especializado. No querían que faltara nada. Ellos decidieron ocuparse de la vajilla descartable, y de poner globos y luminarias por todas partes. Así fue que dedicaron toda una tarde a caminar por el barrio de Once calculando precios de cada cosa, consiguieron gastar menos de lo pensado.

La fiesta fue fantástica, llena de luces y música, terminaron bailando hasta el amanecer. Después, cuando casi todos los invitados se habían ido, Juan, Norma, Gabriela y algunas amigas se sentaron en la sala a tomar café y mirar las fotos en la pantalla del televisor.

Él imprimió la que se sacaron los tres juntos, abrazados, y la guardó en la billetera. Se emocionaba hasta las lágrimas al verse junto a su mujer y su hija. Comenzó a rememorar muchos momentos felices, la boda, el nacimiento de la nena, cómo fue creciendo y cuanto la mimaron los dos. Tantas situaciones dichosas que habían disfrutado los tres juntos…

Al día siguiente se levantaron tarde, Gaby se había ido a dormir a casa de una amiga y ellos comenzaron a acomodar sillas y mesas, y a tirar botellas vacías. Fue entonces que Juan se dijo que ese era el momento, así que muy lentamente, con mucho cuidado, le fue insinuando a Norma que ellos como pareja ya estaban acabados.

Ella al principio creyó que era una broma, pero después se puso como loca, gritando y tirando copas y platos al piso. Un verdadero desastre. Después fue él quien tuvo que barrer y meter todo en una bolsa. Se sintió muy apenado, le resultaba lamentable que el juego de copas de cristal de Bohemia terminara en un montón de vidrios rotos.

Norma se fue dando portazos por toda la casa y destruyendo lo que encontraba a su paso. Los dos hermosos jarrones que habían comprado en un viaje a Las Vegas, la colección de estatuillas de porcelana alemana, los espejos antiguos que descubrieron en un anticuario de San Telmo, y muchas otras cosas valiosas terminaron hechas pedazos.

Juan no conseguía entender la reacción de ella, se había puesto furiosa por algo que le pasaba a muchas parejas y estaba destruyendo su propio patrimonio, como si nada tuviera valor. Tantos años juntos, y ahora, simplemente porque él quería divorciarse, se le daba por romper todo ¿Es que nada tenía valor para ella? Ahora habría menos para repartir.

Junto con el divorcio vino la negociación para ver quién se quedaba con cada cosa, y entonces sí, todo se complicó. Juan quería que lo que ella rompió la noche de la revelación figurara como parte del reparto. Él se quedaría con la computadora y la impresora, y con la mitad de todo lo que pudieran vender. Le parecía bien poco a cambio de lo que estaba perdiendo, así que fue anotando los valores en su libretita y separando lo que le vendría bien.

No le iba a resultar fácil. Norma también tenía su propia lista y lo culpaba de todo lo roto aquella noche. Quería la computadora, la impresora, los televisores, el microondas, la heladera y el freezer, además de todos los muebles. Aceptaba la venta de la casa y el coche, pero exigía el setenta por ciento porque había sufrido daño moral y estrés.

Mientras tanto Gaby juntó su ropa y su laptop y se fue a vivir con la abuela Marta. Y allí quedaron Juan y Norma discutiendo y peleando, hasta por lo más insignificante. Finalmente se dieron cuenta que ambos querían las mismas cosas. Lo suyo era una sociedad comercial y un extraño modo de amor. Decidieron que así debían seguir. Ya no hubo discusiones, solo ese casi desesperado afán de posesión.

Juan siempre le reprochó a Norma por haber destrozado tantos recuerdos queridos aquella lejana mañana cuando él le habló del divorcio. Ella siempre lamentó íntimamente haber roto las estatuillas de porcelana alemana, aunque pensaba que romper las copas de cristal no había sido tan mala idea, nunca le habían gustado. Y ahora que sabía bien cómo eran las cosas tenía sus planes para atesorar hallazgos sin que Juan se enterara.

Mientras tanto él siempre conservó su libretita. Anotaba con sumo cuidado todo lo que iban añadiendo a su patrimonio. Tal vez algún día se atreviera firmemente a enfrentar un divorcio, pero cuando se decidiera tendría cuidado de hablar con Norma donde no hubiera nada para romper.

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