El caballero de Cesjean.

El caballero de Cesjean.

jacqueline Sellan

09/03/2020

El caballero de Cesjean detuvo su caballo. Había venido a matar infieles y nada lo había preparado para el espectáculo que se abría ante sus ojos. Una planicie suave cubierta de viñas, sombreada de olivos y otros árboles exóticos; a lo lejos el balido de las cabras, y un castillo de cuentos orientales contra el horizonte haciendo fulgurar sus dorados y con sus ojivas en sombra.

El caballero de Cesjean desmontó con un sentimiento inexplicable de quietud en el corazón. Respiró el aire, cargado de miles de olores embriagantes, lleno hasta el tope del canto de los pájaros y tibio de resolana. Y una alegría nada combatiente le latió en las venas. Bajo un árbol copudo y verde pálido, un grupo de muchachas reía y lo miraba acercarse sin pizca de temor. Debajo de los velos que cubrían a medias sus rostros, los ojos estaban llenos de curiosidad y lo observaban sin recato. El caballero de Cesjean se detuvo a algunos pasos del grupo y, quitándose el casco que, hay que decirlo, estaba ardiente y le incomodaba bastante, les hizo un profundo saludo.

Mientras bebía un suave licor de uvas y comía damascos, dátiles y queso de cabra sentado ante una suntuosa mesa de ébano, se decía a sí mismo el caballero que no era esa la idea que se había formado del oriente y que no eran esos los combates que se había figurado.

Y mientras miraba los ojos lánguidos de una de las señoritas que le servían de comer parloteando en una lengua que él desconocía, pero de la que adivinaba la dulzura de las palabras por el tono con que eran dichas, se dijo que sería muy ingrato si alzara su espada contra alguno de los moradores de esas hechiceras tierras.

La muchacha se llamaba Mahara, que significaba, lo supo después, potranca, nombre entre los libaneses de mucho significado, puesto que para ellos no había animal más noble ni abnegado.

Mahara y el caballero de Cesjean contrajeron matrimonio con una ceremonia mixta y poco a poco aprendieron a comprenderse con palabras.

Mahara y el caballero de Cesjean fueron mis antepasados. En esas tierras de dátiles y mediterráneo, de las que con tantísima nostalgia me contaba mi padre historias que para mi infancia tenían el sabor de los cuentos de hadas.

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