La vieja Underwood

La vieja Underwood

Esaquesisoyyo

28/03/2020

—Tía, ¿qué es esto?

¿El qué? ¡Ah…! La máquina de escribir del abuelo.

¡Qué chula!… ¿De dónde la has sacado?

—Bueno, fue un regalo que me hizo el tío Emilio; como yo era la escritora de la familia, decidió dármela a mí. Él y la tía Celsa vivían en Orense, en el barrio del 21. Recuerdo que su casa tenía un olor peculiar, a gente mayor y a naftalina… El tío era muy jovial: me entregó la vieja Underwood como si fuera un trofeo o una reliquia familiar. Me hizo mucha ilusión recibirla…

—Es muy bonita.

—Sí, aunque ahora la tengo como objeto decorativo, su espíritu viajero todavía sigue vivo.

—¿Su espíritu viajero?…

—Exacto. ¡Esta es una máquina viajera! A veces, la llevo conmigo a las ferias, ¿sabes?, cuando vendo y firmo mis libros. Los niños se acercan con mucha curiosidad a verla y yo les dejo escribir en ella.

—¿Y les gusta?

Sí, les llama la atención como a ti. Lo primero que preguntan es qué es y para qué sirve. Les explico que se trata de la versión antigua de los actuales ordenadores: se quedan asombrados. Luego se llevan la hojita escrita con los caracteres impresos, y se alejan mirándola como si descifraran un mapa del tesoro…

—¿Y es muy antigua?…

—Bastante, creo recordar que es un modelo de 1925.

—¡Yo no había nacido…!

—¡Toma! ¡Ni yo!

—¿Y de dónde la sacó el tío Emilio?

—El tío Emilio era el mayor de los hermanos, el primogénito, y la debió heredar. La máquina era de su padre, el abuelo Eusebio (mi bisabuelo, tu tatarabuelo). Él la compró en uno de esos viajes que hacía a San Sebastián. Trabajaba para una empresa de importación y exportación de aves y huevos que tenía sede en Porriño.

—¿Porriño está en Orense?…

—No, en Pontevedra. Por aquel entonces, el pollo, como ave de corral, era un alimento apreciado, solo se comía los días de fiesta. No es como ahora que uno va al supermercado y compra pollo en una bandeja… Entonces, no. Se criaban y se mataban pollos para las celebraciones. El pollo tenía otra categoría…

—¿Y el abuelo Eusebio criaba pollos?

—Que yo sepa no… Era tratante, seleccionaba pollos y huevos para comprar y, después, los vendía. Uno de sus grandes mercados era el norte de España: San Sebastián y Santander, pues allí habían fijado la residencia de verano los reyes (la viuda de Alfonso XII, María Cristina, y después Alfonso XIII); con ellos, acudía también su séquito de ministros, secretarios y otras personas pudientes… Y el pollo pues andaba muy pegado a la realeza…, y la vieja máquina de escribir, también.

—A mí me encanta el pollo…, sobre todo, los nuggets y la cazuela que hace la abuela en Navidad.

—Je, je, je, sí…, el famoso pollo a la almendra, receta de la yaya Lila… Pues bien, el abuelo partía anualmente a hacer la campaña de verano al norte del país. Llevaba, aparte de la maleta: esta máquina de escribir portátil, una manta de viaje atada con correas y un maletín de mano, tipo médico, muy curioso… Deben de tenerlo las primas…

Esa era la excursión anual del abuelo a su San Sebastián, y se quedaba allí mientras había demanda de pollos y de pichones.

—¿De pichones?

—Sí, entonces, estaba de moda el tiro al plato y al pichón. El abuelo era el proveedor de pichones de San Sebastián, de Bilbao y de Santander.

—¿Tiraban a platos de verdad?…

—Eso es: unas máquinas lanzaban al aire una especie de platos pequeños, como los de café, que nunca repetían la trayectoria, de manera que había que estar muy atento. Al decir «¡plato!», salía entonces disparado un plato al aire; si lo rompían, se anotaban un punto.

—¿Y disparaban también a pichones?

—Sí, los ricos tiraban al pichón, que era más difícil todavía. Había unos señores, detrás de un muro, con unas jaulas llenas de pichones; cuando gritaban «¡pichón!», soltaban uno: volaban muy deprisa, pues eran palomas jóvenes, y los jugadores tiraban a darles.

—¡Pobres pichones…!

—Pues sí…, era lo que se estilaba entonces. Y en ese ambiente, se encontraba la máquina de escribir del abuelo (pues todas las transacciones y pedidos de pichones que vendía, los anotaba con esta máquina).

Hacía doble negocio, por un lado, servía los pichones vivos y, después, los compraba muertos y los llevaba a sus clientes de carnicería que, a su vez, los vendían como carne de caza.

—¡Qué listo!…

—Cierto, era tal el alma de negociante que tenía el abuelo Eusebio que hasta llegó a ir al extranjero: ¡a Ucrania!

—¿A Ucrania?

—Sí, en una ocasión, mi padre me contó que el abuelo volvía con el barco repleto de pollos y se declaró un conato de peste; al llegar a Estambul, les hicieron tirar toda la mercancía por la borda (pues se consideraba que la peste la transmitían los animales); entonces, se quedaron sin pollos y se dijo: ¿y ahora qué llevo yo para allá?, ¡no puedo volver con las manos vacías!…, y decidió ir a Ucrania a comprar plumas para llevarlas a Francia (como era la época del cancán, había gran demanda de plumas para los abrigos, vestidos, sombreros….); en Ucrania y en Rumanía, tenían muchos pavos en las casas, así que se trajo plumas de allí y, al recalar en el puerto de Marsella, las vendió todas.

Es curioso pensar que esas plumas terminarían adornado las vestimentas de las vicetiples…

—Las vice… ¿qué?

—Las vicetiples: las señoritas bailarinas del cancán.

Con las plumas hizo un gran negocio…

Pues bien, esa fue la historia europea del abuelo Eusebio. Tenía alma de viajero, siendo castellano, ¡que él no era gallego sino segoviano!, de Sepúlveda… Después se casó en Portugal.

Así que, ya ves, esta máquina ha recorrido media España y parte del extranjero…

—¡Qué suerte! Yo también quiero viajar a Ucrania…

Bueno, ya irás, pero ahora, vamos a comer. Otro día te contaré más historias…

—¡Genial! ¿Qué hay para comer?

—Menú de reyes…

—¡No!… ¡Ja!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS